Análisis de coyuntura quincenal / El camino a la desglobalización

La guerra en Ucrania ha desatado una serie de ataques contra los principales medios mundiales, mostrando que la geopolítica pasa por el dominio de las plataformas informativas. De esta  suerte, ahora los combatientes son periodistas, informáticos, influencers y expertos en comunicación, en tanto el campo de batalla son las mentes que conforman la opinión pública mundial.

La globalización como proceso continuo de la historia humana ha ido transcurriendo a la par de los descubrimientos y el encuentro de las diferentes sociedades. El desarrollo tecnológico permitió un acercamiento entre las culturas de los distintos continentes. El mundo digital supuso una exacerbación de la globalización, estimulado por esa forma extrema del capitalismo que es el neoliberalismo; ahora, no existiría frontera alguna para que los capitales pudiesen expandirse, rompiendo incluso con las limitaciones estatales, los marcos culturales o las ideas religiosas.

Las guerras imperialistas sin el contrapeso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) podía ser llevadas adelante para abrir nuevos mercados, controlando a las poblaciones en un movimiento continuo hasta llegar al último rincón del planeta.

Así, la lógica del capitalismo encontraba su última ratio en el neoliberalismo que homogenizaba las formas culturales, las modas e incluso los gustos de los ciudadanos, en un cosmopolitismo general que transformaba a los seres humanos en aparentemente iguales en todos los continentes.

El desarrollo de internet con las tecnologías de cuarta y quinta generación permitía avizorar un futuro lleno de recompensas para quienes participan de la economía global, mientras que la estabilidad del dólar como divisa con respaldo de la mayor potencia, permitía seguridad y proyección de los negocios. Las guerras de la metrópolis estadounidense se encargaban de cualquier desafío contra el statu quo, haciendo blanco en los países que osaban defender su soberanía o poner en entredicho al dólar como moneda única.

Por otra parte, el éxito de la globalización se encontraba íntimamente ligado a la construcción de consensos en que la cultura occidental, con sus valores arraigados en la democracia liberal y los derechos humanos, eran la cúspide de la historia humana. Para lograr esto, existe un aparato de construcción cultural poderoso que exportaba estos valores como excelsos a través del cine, la música o la literatura. A la par, el aparato comunicacional que transmitía la información que los ciudadanos debían conocer como noticias, llegó a un máximo de control al crearse gigantes corporaciones transnacionales con las capacidades de manipular a la opinión pública de cada país, generando una opinión geopolítica estándar.

Los medios de comunicación occidentales enseñaban a los medios regionales y locales cómo abordar los temas más delicados, usando las técnicas más elaboradas de las ciencias sociales para el control político y social, en una maquinaria afinada en crear consenso respecto a las virtudes del mundo occidental y la globalización neoliberal. Los medios hicieron suyos los postulados del ministro de propaganda del tercer Reich, Joseph Goebbels: “¿A quién debe dirigirse la propaganda: a los intelectuales o a la masa menos instruida? ¡Debe dirigirse siempre y únicamente a la masa! (…) Toda propaganda debe ser popular y situar su nivel en el límite de las facultades de asimilación del más corto de los alcances de entre aquellos a quienes se dirige. (…) La facultad de asimilación de la masa es muy restringida, su entendimiento limitado; por el contrario, su falta de memoria es muy grande. Por lo tanto, toda propaganda eficaz debe limitarse a algunos puntos fuertes poco numerosos, e imponerlos a fuerza de fórmulas repetidas por tanto tiempo como sea necesario, para que el último de los oyentes sea también capaz de captar la idea”[1].

A este mundo ideal se le dio el eufemístico nombre del “Fin de la Historia” donde los Estados Unidos -sin contrapeso político, económico y cultural- reinarían por siglos. Más aún, la doctrina que se creó en los EEUU se llamó “El Nuevo Siglo Americano”, que, a la usanza del Tercer Reich, no ponía límite temporal a su imperio.

Sin embargo, la esencia dialéctica de la historia humana estaba lejos de regirse por los postulados estrechos de ideologías que solamente han evolucionado para complacer una codicia cada vez más brutal, que necesita para su reproducción de una constante acumulación de poder y capital, en una fuga perpetua hacia adelante.

La propia construcción mental de una globalización neoliberal como una construcción final y beneficiosa para los pueblos ha ido resquebrajándose con indicios de ruptura: “Ya sea que un grupo se asimile total, parcialmente o no, siempre ha habido al menos una cultura dominante de referencia a la que el grupo podía unirse o contra la que rebelarse. Pero, la mera existencia de una cultura claramente definida es precisamente lo que la globalización ha erosionado. El resultado es que hoy, incluso los miembros de la cultura teóricamente dominante se sienten en cambio ‘dominados’, amenazados y sin poseer ya su orientación cultural”[2].

Por otra parte, para los marxistas, lo ocurrido con la globalización es una parte inherente de la historia como continuación de la lucha de clases y el enfrentamiento entre naciones en su fase imperialista.

Esta fisura cultural de la que nos habla Roy se ha ensanchado en base a la evidencia de que el imperio estadounidense queda cada vez más expuesto en sus intenciones, por cuanto el aparato comunicacional, la máquina de los consensos, muestra grietas cada vez más discernibles y notorias para los ciudadanos. Incluso, su fundamentación humanista, se evidencia como una falacia al constatarse que el discurso sobre los derechos humanos y la democracia es en realidad una argumentación vacía de hechos, una mera parte del entramado comunicacional para sancionar a los enemigos de occidente.

La guerra en Ucrania y el genocidio en Gaza, han sido los acontecimientos geopolíticos que detonaron la mayor ruptura en el campo de las informaciones. En Ucrania, los medios occidentales transitaron desde la información hacia la propaganda, quedando de lado los preceptos básicos del periodismo como la objetividad, la independencia, el pluralismo o la ecuanimidad. Palestina, a pesar del intento de control mediático y de las redes sociales, deja en claro que el discurso de los derechos humanos de occidente carece de contenido.

La amenaza de Ucrania -con respaldo de Gran Bretaña y de los Estados Unidos- de que los misiles balísticos capaces de golpear en lo profundo del territorio ruso puedan ser usados a discreción, mostraron una decisión occidental de aumentar las apuestas en una escalada peligrosa de transformarse en una guerra nuclear. La respuesta rusa, a través de Vladimir Putin, no tardó en designar que los ataques serían considerados como una agresión de la OTAN.

Paralelamente, en el plano del enfrentamiento mediático, Estados Unidos responsabilizó a los medios rusos de la destrucción de su capacidad de crear consenso, en una demostración de desesperación que puso en evidencia que la máquina de crear opinión pública estaba crujiendo: “RT (Rusia Today) es una de las razones, no la única, por las que gran parte del mundo no ha apoyado plenamente a Ucrania como cabría esperar»[3].

Las afirmaciones de la injerencia de Rusia en las elecciones en los Estados Unidos y del poder de los medios rusos, son muestra de debilidad al reconocer que los enemigos son capaces de acciones de desestabilización en el corazón de la nación más poderosa, en su democracia y sus medios de comunicación.

La respuesta rusa ha sido tajante, aprovechando este reconocimiento de vulnerabilidad: «Tienen elecciones, quieren distraer [a los estadounidenses] con algo. No necesitan que un número de personas tan grande sepa la verdad. […] Es una historia sobre la libertad y la democracia en el oeste ‘libre’ […]. Es muy fácil promover la libertad de expresión cuando la expresión es solo tuya y de nadie más»[4].

La cancelación de los medios enemigos se ha llevado a cabo en los países de Europa y los Estados Unidos, donde los medios rusos son prohibidos. El siguiente paso sería el censurar los contenidos de los medios rusos en internet o interferir en los cables submarinos que posibilitan las conexiones globales, tal como se volaron los gaseoductos Nord Stream.

La desglobalización neoliberal se convierte en el último capítulo de la historia de un occidente que se resiste al desafío de pasar de la unipolaridad a la multipolaridad, que permita un revisionismo de las relaciones entre occidente y el Sur Global, buscando corregir los abusos del colonialismo, el imperialismo y el neoliberalismo.

Centro de Estudios de Medios

Referencias

[1] 11 principios básicos de la propaganda creados por Joseph Goebbels

[2] Olivier Roy en La Crisis de la Cultura

[3] James Rubin, enviado especial y coordinador del Global Engagement Center del Departamento de Estado de EE.UU.

[4] Margarita Simonian, directora del grupo RT