Análisis de coyuntura quincenal / La repartición de Siria

La caída de Bashar al-Assad, quien gobernó Siria desde el año 2000, supone un redibujo del Medio Oriente, conforme la visión geoestratégica impulsada por los neoconservadores estadunidenses bajo la égida del Proyecto del Nuevo Siglo Americano (PNAC, por sus siglas en inglés) , elaborado tras la caída de la Unión Soviética y potenciado tras el ataque a las Torres Gemelas en Nueva York.

La implosión de la URSS tuvo como consecuencia directa la instalación de la idea que en lo sucesivo la hegemonía estadounidense no podría ser contrarrestada ni amenazada, asumiendo que la nación americana gobernaría el mundo sin contrapeso. Tal es la visión elaborada por la influyente guardia pretoriana de los halcones neoconservadores integrada por Dick Cheney, Donald Rumsfeld, Paul Wolfowitz y Francis Fukuyama, sus figuras más conspicuas. En si misma, la mirada geopolítica de los neocons no es muy diferente de lo que planteaban los liderazgos nacionalsocialistas para Alemania con su “Reich de los mil años”.

El atentado que derrumbó las Torres Gemelas fue visto como un punto de inflexión para llevar adelante, aceleradamente, los planes previstos por el PNAC. El método supremacista implicaba un rediseño de Oriente Medio que exigía la destrucción de una serie de gobernantes y grupos religiosos, los mismos que habían sido aupados al poder por los Estados Unidos o sus aliados occidentales. La coartada frente a la opinión pública mundial estuvo en lo que llamaron “La Guerra contra el Terrorismo”, que permitía el uso de la fuerza bruta para destruir gobiernos y agrupaciones paramilitares, a fin de salvar al mundo de la amenaza de la barbarie.

Afganistán, tanto por servir de refugio de Osama Bin Laden como por ser gobernado por los radicales islamitas del Talibán, fue un blanco de fácil elección. El gobierno islamita se derrumbó rápidamente a manos de los ejércitos proxis de las milicias étnicas rivales uzbekas y tayikas, las cuales recibieron equipamiento y dinero.

Mediáticamente, la invasión de Afganistán fue presentada como una iniciativa por los derechos humanos y la libertad para promover la democracia y destruir  las tiranías. La lucha contra el terror fue tratada informativamente por los medios corporativos como una cruzada moderna contra bárbaros fundamentalistas y por los derechos de las mujeres. La hegemonía occidental en esos tiempos era absoluta, vehiculizada preferentemente por la televisión, junto a una incipiente penetración de internet y la consiguiente aparición de los primeros sitios alternativos (como Rebelion.org), que permitían el desarrollo de una visión disruptiva al modelo totalizador de la cultura y la política de los EEUU.

La batalla decisiva contra los talibanes nunca se produjo, ya que las fuerzas islamitas desaparecieron en los campos y aldeas, pasando a la lucha guerrillera, camino que siguieron hasta triunfar después de veinte años de conflicto.

El diseño neoconservador posteriormente puso como objetivo a Irak, desplegando una campaña mediática basada en la demonización de Sadam Husein -dictador que ellos mismos habían llevado al poder para derrotar a la revolución Islámica iraní-, culpándole de estar detrás del terrorismo y de poseer armas de destrucción masiva.

Si bien los Estados Unidos tomaron el poder en el país, la resistencia generada entre los exmilitares iraquíes y los grupos extremistas que llegaron a luchar contra el ejército estadounidense, generaron una enorme cantidad de bajas, despertando los anticuerpos bélicos generados en el país norteamericano por los traumas de la guerra de Vietnam.

Para llevar adelante las premisas del PNAC se necesitaba al menos dos condiciones: primero, reforzar las comunicaciones internas para justificar los costos financieros y humanos de los conflictos. Así, los mass media debían ser más activos en sus campañas de manipulación, lo que resultó, a la postre, en el desprestigio de los grandes medios corporativos estadounidenses a los que se les ve como meros apéndices partidarios; segundo, para disminuir el descontento por los costos humanos estadounidenses en los conflictos, se reforzó la idea de las guerras proxis o por encargo (más adelante veremos que estas decisiones pueden tener un elevado costo para el Siglo Americano).

Después de Afganistán e Irak, el rediseño de un nuevo Medio Oriente y sus riquezas petroleras entró en una pausa técnica/comunicacional, hasta el surgimiento del nuevo enfoque político basado en el copamiento comunicacional de países con regímenes indeseables y el financiamiento de la disidencia que llevó a las llamadas revoluciones de colores.

Guerras proxis y revoluciones de colores sirvieron para socavar el siguiente objetivo: Siria, que se había convertido en una experiencia de armonía entre las diferentes culturas y religiones, a pesar que la casa dominante de los al-Asad –que ha gobernado con puño de hierro el país desde 1971-  pertenece a una minoría chií. La influencia política del partido gobernante Baaz Árabe Socialista, aminora la importancia de la religión en las decisiones de Estado.

La debilidad del país árabe es la fragilidad de sus componentes multiétnicos y religiosos, es decir, el mismo factor que la había convertido en un modelo de convivencia cultural, fue usado por las potencias occidentales para su destrucción. Aquí hay un punto esencial para la comprensión del fenómeno histórico de Medio Oriente: las diferentes corrientes religiosas separan a los árabes de otros pueblos fieles al islam, pero también a los propios árabes entre sí. Las diferencias entre chiíes y sunníes ha sido exacerbadas por occidente, utilizando el aparato comunicacional colonizador que permite a las corporaciones manejar complejos mediáticos en diferentes países. La utilización de la prensa para mantener la polarización religiosa se ha visto aumentada por la penetración de medios web y el uso de redes sociales que, en conjunto, permiten la deslocalización de las fuentes creadoras de la información, burlando el control de los Estados policiales.

La caída de Bashar al- Assad tras trece años de guerra proxi, implica la desaparición del Estado nacional sirio que se ha mantenido independiente desde 1930. La repartición fue la fórmula usada en la Segundo Guerra Mundial entre Alemania y la URSS para apoderarse de Polonia. Al parecer, igual mecanismo se aplicará al caso sirio: una parte para Israel -que continua periódicamente los bombardeos sobre el país árabe-; una  para Turquía, que maneja la facción del Ejército Nacional Sirio (SNA); y otra para los Estados unidos, que ya controlan a través de sus proxis kurdos las zonas ricas en petróleo de Siria.

El enfoque de la nueva administración de los Estados Unidos encabezada por el presidente Donald Trump, quien asumirá el 20 de enero próximo, presenta un giro en los acontecimientos geoestratégicos desde el actual conflicto en Ucrania, hasta al enfrentamiento contra Irán y China, usando para ello una mezcla híbrida de guerras proxis, sanciones, revoluciones de colores y guerra comercial. En este diseño, la repartición de Siria es un paso de importancia estratégica al aislar cada vez más el codiciado objetivo de la Revolución Islámica iraní. Las minorías étnicas -azeríes en Irán o tayikos y uigures en China- servirían como proxis.

Por otro lado, la negociación para terminar la guerra en Ucrania dejará a Rusia como el indiscutido mejor ejército del mundo, el más fogueado y con armamento probado en combate. Este mismo ejército podrá ser usado como comodín en los propios conflictos del naciente mundo multipolar. La importancia de la experiencia de combate es esencial en el nuevo escenario, los soldados norcoreanos que participan en las batallas en la región rusa de Kursk, quienes reciben su bautismo de fuego, lo saben. Ucrania se ha convertido en lo que fue la guerra civil española para las potencias de aquella época, con Alemania e Italia probando su aviación y ejército, respectivamente, y la URSS experimentando con su fuerza técnica de tanques.

Como mencionamos más arriba, las guerras proxis pueden evitar las críticas por los costos humanos de los conflictos, pero las guerras sin víctimas son una construcción mental de los medios y la cultura estadounidense, mientras que el resto de las naciones sabe que la guerra es sinónimo de sacrificio y dolor.

La guerra proxi tiene su antecedente en la caída del Imperio Romano, cuando el reemplazo en las legiones de romanos e italianos por galos o germanos, llevó a una sucesión imperial de acuerdo a los intereses particulares de los distintos grupos étnicos presentes en el ejército, fomentando la inestabilidad política.

En momentos en que los conceptos de derechos humanos y la democracia demuestran que solamente son un paripé, como evidencian las masacres israelíes contra la población civil de Gaza, para el Estados Unidos trumpiano el eje del conflicto se traslada a Irán y China, pero dejando grandes flancos expuestos en Europa.

Centro de Estudios de Medios