El atentado sufrido por Donald Trump en un mitin electoral en Pensilvania renueva el debate sobre la polarización de la sociedad estadounidense entre sectores sociales liberales y conservadores, que conduciría a la guerra civil a un país que periódicamente da muestras de decadencia política.
La administración populista de Donald Trump hizo de los sectores sociales de menor educación su base política dura. Estas personas son en su mayoría blancos pobres o de clase media que tienen una visión de los Estados Unidos simple y tradicional patriótica, quienes ven a los partidarios demócratas como personas snob y traidores a los valores ancestrales del país.
El sistema político bipartidista de los EEUU consiguió durante más de doscientos años la alternancia de los dos partidos -Republicano y Demócrata- con matices relativamente pequeños de administración en un consenso que garantizaba la continuidad de los intereses nacionales y, principalmente, el control social por parte de la élite político/económica.
La guerra civil de 1861 y 1865 enfrentó el sur rural, esclavista y feudal con el norte industrial, supuso el choque de dos formas de ver el mundo y el desarrollo del país: el sur, basándose en la explotación de la tierra y los latifundios de una clase oligárquica, utilizando la mano de obra esclava y manteniendo rígidos vínculos de patriarcado; por otra parte, el norte se presentaba como progresista, una sociedad basada en los adelantos tecnológicos con relaciones sociales más laxas.
Es un lugar común de la industria cultural el presentar a la guerra civil como un enfrentamiento humanitario por la libertad de los esclavos. Desde el punto de vista retórico es verdadero, sin embargo, los reales motivos son económicos, ya que una sociedad basada en el trabajo esclavo es enormemente menos eficiente que otra basada en la fuerza del trabajo obrero: mientras el esclavo es un bien preciado (caro) al que hay que mantener con alimentación y salud, al obrero se le paga un sueldo exiguo y se le deja a su suerte, existiendo una masa asalariada a la cual echar mano para controlar el mercado del trabajo a través de la competencia entre los propios trabajadores.
Si bien el sur, con su liderazgo militar de élite, logró imponerse en los combates en los primeros años del conflicto, la fuerza de la maquinaria industrial del norte terminó por imponerse. La derrota del sur significó la mantención de la Unión como eje político articulador del Estado, pero lo sanguinario del conflicto, los abusos cometidos por ambas partes y el odio racial hacia la minoría negra liberada, mantuvo -abierta u soterradamente- las odiosidades.
Mientras la nación obtuvo enormes beneficios de la explotación de la gran cantidad de recursos naturales como de las fuerzas generadas por la industrialización, los enormes excedentes hicieron surgir a los grandes capitanes de la industria, además de mantener una relativa paz social. La minoría afro americana, si bien obtuvo algunos derechos sociales, continuó en un estado de segregación. De esta forma, la clase blanca descendiente de los protestantes y calvinistas anglosajones, aunque fuesen pobres, tenían un peldaño social más bajo al cual explotar o simplemente despreciar.
La Primera Guerra Mundial dio un giro en la política estadounidense, que pasó desde el aislacionismo hacia una potencia con visos de control global. La Segunda Guerra Mundial consolidó este nuevo status para la nación norteamericana, aumentado su poder al no sufrir daños durante la conflagración, mientras las ciudades europeas se encontraban en ruinas.
Los acuerdos de Bretton Woods (1944) cambiaron la fisonomía mundial desde el proteccionismo hacia una política librecambista, pero manteniendo el patrón oro, transformando a los Estados Unidos en potencia hegemónica. El 15 de agosto de 1971, el presidente Nixon terminó con el patrón oro, pasando el dólar a convertirse en la divisa internacional por excelencia, basada en la solidez de la economía estadounidense.
La utilización del dólar como divisa mundial entregó un poder extraordinario a los EEUU, acumulando las principales industrias de bienes de consumo y tecnológicas, incluido el complejo militar industrial.
En este país enormemente rico las desigualdades sociales fueron un distintivo, desde la explotación de los sectores obreros hasta el fortalecimiento de una oligarquía similar al poder del senado romano antes de la instauración del imperio. Posteriormente, la propia lógica de un sistema basado en la codicia, llevó a adoptar las políticas de deslocalización, proceso incluido en la llamada “globalización”. La deslocalización permitía aumentar las ganancias corporativas trasladando las industrias hacia países con mano de obra más barata, produciéndose un trasvasije industrial hacia China, India, Corea o Vietnam.
En paralelo a la pérdida de peso de la industria en la economía estadounidense, el sector financiero se convirtió en el motor de la nación, un motor que no construye sino que administra y especula. El precio fue el impacto social en las clases media y baja de trabajadores que vieron como perdían poder adquisitivo, hundiéndose, muchas veces, en la marginalidad.
El poder militar estadounidense se mantuvo como parte esencial de las capacidades imperialistas de amedrentamiento y disuasión, acudiendo en muchas ocasiones al keynesianismo militar (1) para fortalecer el dinamismo económico; sin embargo, el complejo militar está en manos del sector privado que ve aumentado su poder económico y político.
El dominio de los EEUU quedó cimentado sobre el poderío militar y el sistema financiero. Más bien, la fuerza armada para defender la supremacía del dólar como herramienta excepcional que mantiene al sistema financiero. La potencia militar entra en permanentes conflictos contra naciones que ponen en peligro la primacía del dólar o como punta de lanza para anexionar nuevos territorios de explotación.
La fuerza militar como eje del poder convierte a los EEUU en el gendarme mundial, un papel que Trump comprendió y explicitó al exigir que los países europeos de la OTAN cumplan con el pago de 2% de su PIB, o, últimamente: «Creo que Taiwán debería pagarnos por la defensa. Ya sabe, no somos diferentes de una compañía de seguros. Taiwán no nos da nada” (2).
En esta América (3) dividida los roles partidistas se confunden en el fin del consenso imperial: por una parte, los demócratas continúan enfocados en el proceso de globalización que impacta directamente en los trabajadores, utilizando la fuerza militar como motor económico, versus los republicanos de Trump, que, en una apelación directa a la clase trabajadora, busca reindustrializar la nación. Solamente el consenso se mantiene en favorecer a la oligarquía, ya sea por la rebaja impositiva (Trump) o el fortalecimiento del poder financiero (Biden).
El intento de magnicidio sufrido por Trump – que algunos atribuyen a un autoatentado- se da en este contexto de confrontación política abierta, en un país donde las armas son parte de la cultura del individualismo; pero, principalmente, en una lucha de clases entre los blancos pobres del Estados Unidos rural y las clases medias educadas de las ciudades.
Hay que tomar en cuenta que muchos de los atentados terroristas fueron llevados a cabo por perpetradores domésticos de personas que se sienten “expoliados” por el Estado Federal, por lo que el uso de la violencia política ha sido más bien una constante.
Desde el punto de vista mediático, el atentado a Trump significó un llamado de alerta para las dos grandes cadenas de televisión: CNN, que apoya a los Demócratas, y Fox, que apoya a los Republicanos. Ambas hicieron hincapié en los llamados a la unidad de la nación hechos por los líderes partidarios. La industria de las relaciones públicas (4) también se ha visto afectada por las divisiones partidarias, dañando su capacidad de crear consensos al tomar partido por una de las visiones de mundo contrapuestas.
El concepto de guerra civil que ha ido obteniendo aceptación creciente en los Estados Unidos -incluso desde el punto de vista cultural- se ve como el fin ulterior del choque de visiones de mundo contrapuestas en un país atravesado por la violencia desde sus inicios, en un sistema democrático decrépito que no logra ofrecer liderazgos relevantes (5).
Centro de Estudios de Medios
Universidad Abierta de Recoleta
Referencias.
(1) Doctrina económica favorable a la intervención del sector público como promotor del desarrollo económico; en este caso la industria militar
(2) Actualidad.rt.com 17/07
(3) Forma en que los estadounidenses denominan a los Estados Unidos
(4) Nos referimos a los medios de comunicación, el cine y la música, las empresas de lobby, etc.
(5) “Que te den la oportunidad de elegir entre Nixon y Humphrey es como que te den la oportunidad de elegir entre comer mierda caliente y mierda fría” (Charles Bukowski)