Andragogía y la Universidad Abierta de Recoleta

Una preparada consejera constitucional, abogada que encabeza una honorable institución, dejó atónita a más de una persona cuando aseveró, con ponderación, que no podía emitir un juicio sobre un gobierno del pasado, puesto que ella nació en 1992 y dicho gobierno ya no era una realidad. Según su criterio, su edad es, en última instancia, un impedimento, un obstáculo, una limitación. ¿Para qué? Para opinar sobre el pasado y para conocerlo. Con su audacia, la consejera nos brindó una sugerencia: el campo del conocimiento, del aprendizaje y de la educación está cercado por las medidas de tu edad. Fuera de ellas no hay más que vida para el trabajo, la familia y el consumo.

Y no pensemos que su maniobra fue únicamente un recurso sofístico para eludir un debate. Tras bambalinas, opera un paradigma, se oculta una enfermedad: la educación tecnocrática y mercantilizada, el culto a la hiperespecialización. En los anacrónicos tiempos modernos, esta es una regla de oro del sistema político y económico. 

Sin embargo, existen líneas de fuga que persisten en la promoción de alternativas educativas, en rediseños de las prácticas del aprendizaje individual y colectivo, en suprimir cercos funcionales al mercado, con la vista puesta en la diversidad de realidades sociales y subjetivas. Una de dichas líneas de fuga es la andragogía. ¿Qué quiere decir esta palabra? ¿Es acaso un confuso prurito intelectual o, por el contrario, la puesta en marcha de un conjunto de acciones educativas y de aprendizajes, relevantes en los actuales tiempos y políticamente comprometidas?

¿Andragogía?

La palabra “andragogía” fue en un comienzo un término decimonónico atribuido al educador alemán Alexander Kapp, quien lo presentó en un estudio sobre las tesis educativas de Platón. A partir de las reflexiones de Malcolm Knowles sobre el proceso de aprendizaje de los adultos, la andragogía remite a un concepto, a un conjunto de principios educativos y a un arte o técnica de aprendizaje, que se distingue de la pedagogía en varios puntos fundamentales, partiendo por su cimiento etario: los adultos, diferenciándose desde este momento de la pedagogía que, para esta concepción, se enfoca en los niños.

Si etimológicamente “pedagogía” conlleva a la educación en niños, “andragogía” apunta al adulto (varón: este sería uno de los “pecados” del vocablo). Ahora bien, en estricto rigor, la andragogía no se acota ni a una faceta etaria ni a criterios de sexo o género. Por el contrario, la distinción cardinal entre la educación para niños y para adultos implica especificar las premisas, los métodos y los fines de cada una. 

Pero ¿qué podemos entender por adulto? Esta reedición del enigma de la esfinge (1) nos sitúa en un escenario de incertidumbres. Si bien toda definición es una proposición que intenta “enjaular” un concepto, un objeto, un fenómeno o una realidad, consideramos lícito indicar, grosso modo y de manera preliminar, que los adultos son aquellas personas que heredan y superan la infancia y la adolescencia, se establecen de modo “más formal” en el mundo del trabajo y transitan a través de él hacia la vejez, cumpliendo responsabilidades y funciones sociales particulares, distintas a las reservadas a la niñez. Suele considerarse su comienzo, por lo común, entre los 18 y los 21 años. A su vez, en la adultez destellan dimensiones psicológicas, sociales, jurídicas y políticas específicas. Así, podemos observar en la adultez la consumación del ser autónomo que venía forjándose previamente.

Más que un estado, es un determinado proceso de la vida de los individuos. Es el dilatado mediodía de la vida humana, donde el sol está en su punto más alto, la luz parece bañar un cuadro más atemperado, y los caminantes y sus sombras se reconcilian; es el momento más largo de nuestro viaje.

Conscientes de la precariedad y ambigüedad de esta primera definición, la tomamos como punto de partida relativamente útil para proseguir con el tema que nos convoca: la andragogía y el aprendizaje de los adultos. 

Así, según estos criterios, la pedagogía y la andragogía poseen principios particulares y despliegan técnicas, procedimientos y objetivos de aprendizaje distintos. Si en cada etapa de la vida requerimos de ciertos movimientos que recurren, según sea el caso, a cuatro, dos y/o tres extremidades, se entiende que una educación adecuada a cada fase es más necesaria que caprichosa. De esta forma, según Knowles, la andragogía parte de cinco puntos básicos que son las coordenadas para enrumbar a buen puerto la educación para adultos.

Pilares de la andragogía

Partamos por estos puntos, los supuestos en palabras de Knowles, pues constituyen los cimientos de la teoría y la práctica andragógica. Los cinco supuestos son: 1) el concepto de sí mismo como personalidad que se autodirige, propio de los adultos. Esto quiere decir que el autoaprendizaje prima sobre la instrucción, el lado activo de los aprendientes es estimulado principalmente por ellos mismos y debe ser considerado por los docentes. La responsabilidad de los adultos guía su compromiso de autoaprendizaje.

2) La experiencia, que en los adultos constituye un bagaje de saberes mucho más vasto que en los niños, y construye el clima privilegiado para los nuevos aprendizajes. En tal sentido, la experiencia de las y los estudiantes es tanto el lenguaje predilecto de su comunicación con los docentes y con el grupo, como el ordenador y regulador de los aprendizajes logrados. Los adultos “traducen” lo aprendido a la lengua materna de su experiencia, y los docentes deben hacer “legible” su instrucción para facilitar la “traducción”. La experiencia es el prisma que descompone la luz de lo aprendido en un abanico multicolor de conocimientos, pero si esa “luz” no se dirige al prisma, toda apuesta de aprendizaje sería ociosa.

3) La orientación del proceso formativo del adulto apunta más a fortalecer sus funciones sociales y cotidianas. “¿Qué dificultades tengo en mi vida y qué necesito saber para superarlas? ¿Por qué y para qué debo aprender esto? ¿Necesito aprender esto?” suelen ser preguntas frecuentes. El acento del aprendizaje se pone en los aportes prácticos y en los resultados concretos que repercutan favorablemente en el cumplimiento de sus funciones y deberes sociales, y en la respuesta a los desafíos que encaran. En este sentido, puesto que los adultos se enfrentan a situaciones particulares de su proceso de vida, los intereses personales y los requerimientos de sus roles con la comunidad condicionan como fines sus inquietudes educativas.

4) La aplicación inmediata se prioriza frente a la mediata, es decir, y en estrecha armonía con el supuesto anterior, la preocupación por los resultados de aprendizaje se dirigen a su eficacia próxima. Los logros que por su naturaleza se dilatan en el tiempo suelen interesar menos. Aquí se trata de acercar los polos “mediatos” e “inmediatos”. La destreza andragógica estriba en mostrar la importancia inmediata de los saberes que se comparten en los espacios educativos, a través de la transformación de los contenidos (teorías y conceptos) en problemas. Ningún tema es inadecuado o irrelevante per se, pero el quid radica en develarlo tal como es, a saber, como un problema también cotidiano, pero vital, que demanda ser abordado a partir de la temática impartida.

5) Las motivaciones de las personas adultas son tendencialmente más internas que externas, es decir, el deseo de mejorar y la autonomía sobresalen sobre los posibles incentivos. No suelen ser propensos a presiones, mucho menos a deseos o intereses ajenos, sino que tienden a buscar el control de su proceso de aprendizaje, a conquistar nuevas fortalezas en su vida y a experimentar sensaciones agradables con el aprendizaje. Por esta razón, la clave en la práctica educativa andragógica consiste en que los adultos participen del proceso formativo y de sus evaluaciones, con una relación de horizontalidad, sin que esto menoscabe los roles que se cumplen en el proceso de aprendizaje. Las prácticas autoritarias aquí no tienen sitio.

Estos cinco puntos no son islas de un archipiélago metodológico para “asentarse” en una sin tener en cuenta las demás. Por el contrario, componen un organismo dinámico para el aprendizaje, pero que solo puede desenvolverse a plenitud dentro un clima y ambiente social propicios. En este sentido, si bien la andragogía requiere de un cambio en las prácticas y los métodos docentes, y demanda nuevas relaciones de aprendizaje basadas en la horizontalidad, todo ello por sí solo resulta insuficiente.

La andragogía y el proyecto de la UAR

La andragogía, entonces, no es un simple catálogo de instrumentos que facilitan el proceso de aprendizaje adulto. Desde sus comienzos como alternativa a la pedagogía, pero especialmente en su cariz latinoamericana y gracias al infatigable esfuerzo de Félix Adam –pensador y educador venezolano–, la andragogía se ha caracterizado tanto por ser una alternativa eficaz de aprendizaje para un sujeto en particular, como por llevar en su seno la impronta de una perspectiva crítica y emancipatoria. ¿Por qué?

Un enfoque genuinamente andragógico admite que la formación de las personas adultas tiende a la integralidad. Puesto que la andragogía, para ser fructífera, tiene en cuenta una multiplicidad de facetas de la vida humana en general, y de la adulta en particular, fomenta la comprensión y el fortalecimiento, en las y los aprendientes, de todo lo que los constituye como seres humanos y como adultos. No hay asunto, tema, ciencia o realidad que no pueda y no deba ser tratado: la política, la ecología, la salud, el deporte, la astronomía, el arte, la historia. 

Este horizonte proporciona a la andragogía el peso para considerarla como una alternativa frente a la educación autoritaria y tecnocrática de hoy. Y si a lo anterior le agregamos su requerimiento de un ambiente social propicio para el aprendizaje adulto, esto solo puede significar una demanda por romper con un orden en el que ellos están encadenados al mundo del trabajo.

Es aquí donde deben irrumpir las y los docentes de la UAR, en sus casi cinco años de vida. La huella que han dejado en sus cursos es indeleble y un referente obligado para las próximas generaciones. Como diría De Beauvoir, basta con pasearse con los ojos abiertos por cualquiera de los cursos que se imparten en distintas locaciones de la comuna de Recoleta, para encontrar un potente movimiento de aprendizaje y educación para la emancipación, armónico con la andragogía, al menos en sentido amplio. 

Sin embargo, consideramos necesario reforzar la dimensión andragógica allí donde ya se aplica o incorporarla cuando permanece ausente. La práctica andragógica para la Universidad representa una oportunidad para sobresalir como alternativa a la academia hegemónica. Cierto es que, de facto, las y los docentes de la UAR han contribuido a enriquecer la andragogía, al menos de manera intuitiva. Talleres de creación de poesía popular o de apreciación musical, por ejemplo, ya tienen frutos de esta labor educativa colectiva. ¡Sí! Ya es posible decir que las y los docentes en la UAR han posicionado su experiencia como un referente para las investigaciones sobre la andragogía y para las prácticas correspondientes.

Sin embargo, sigue siendo un diamante en bruto. El desafío persiste frente a nosotros. Es un pendiente para atender como Universidad, como docentes, como defensores de la democratización del conocimiento. Planificar y promover una docencia andragógica en cada clase y desde antes del inicio de los cursos se convierte en una tarea para los próximos tiempos. Reconocer que las metas de aprendizaje deben considerar la experiencia de cada adulto, que no pueden desconocer que los fines son trazados por ellos mismos, por los aprendientes, y que las evaluaciones deben ser incluyentes y participativas, dialogadas y consensuadas, si se quiere, con los adultos de los cursos han de transversalizar cualquier tema y propuesta educativa. Pero lo esencial radica en animar nuevos panoramas formativos que merecen reconocimiento y atención. 

Las y los estudiantes, por su parte, dan forma a sus fines desde sí mismos y como miembros de una comunidad. Este valor que Knowles y Adam atribuyen a la andragogía requiere tener su lugar en cada espacio formativo de la UAR. Lejos de huir de los retos de la vida adulta y de negarse a nuevos aprendizajes o a desaprender viejos dogmas, los estudiantes de la UAR ajustan el llamado de Epicuro: que nadie, al llegar a viejo, se canse de aprender. Las y los docentes, al oír el llamado, tienen en la andragogía un pertrecho técnico y científico, que invitamos a no desechar, a fin de robustecer sus invaluables aportes al proyecto educativo alternativo.

Para la Universidad, persistir en esta ruta es vital. El breve resumen que presentamos sobre la andragogía es un insumo para incentivar aprendizajes críticos, rupturistas, libres, en total sintonía con el proyecto para democratizar el conocimiento. Por esta razón, en la UAR hacemos nuestras las palabras de Félix Adam:

No puedo renunciar al apostolado de hacer de la educación el instrumento liberador de nuestro pueblo y esto sólo puede lograrse formando educadores con una nueva mentalidad, con una buena actitud para los cambios venideros.

Posdata: Si la famosa consejera –famosa a lo Eróstrato (2)– nació en 1992, es claramente una adulta que podría tomar un curso de historia en la UAR. Y con la andragogía, quizás pueda superar sus prejuicios y miedos sobre el pasado, para alcanzar el estrado de la mayoría de edad en sentido kantiano (3). ¿Bienvenida?

Área académica UAR

(1) En la mitología griega, el enigma de la esfinge es una adivinanza que resolvió Edipo, obteniendo por ello el mando sobre Tebas. La adivinanza es la siguiente: ¿Qué ser, de una sola voz, primero camina con cuatro extremidades, luego con dos y finalmente con tres? La respuesta: el ser humano. Quiere decir que gatea en su infancia, en la adultez anda erguido y en la vejez camina con ayuda del bastón (la tercera extremidad). Es un enigma que retrata el proceso de la vida humana, sus movimientos, etapas y características.
(2) Eróstrato fue un pastor de Éfeso, en el siglo IV a. e. c., que tenía una obsesión por ser recordado en la historia, pero carecía de habilidades virtuosas, por lo que optó por cometer un crimen impactante: incendiar el templo de Artemisa, una de las siete maravillas del mundo. Ser famoso a lo Eróstrato consiste en convertirse en el centro de atención gracias a cualquier tontería, crimen o exhibición de vicios.
(3) Para Kant, la mayoría de edad no depende de la edad ni de un documento de identidad sino del momento en que una persona es capaz de tomar decisiones, ejecutar sus acciones y afrontar las consecuencias con total autonomía y plena conciencia. La exposición detallada es esta tesis se encuentra en el ensayo Respuesta a la pregunta: ¿qué es la Ilustración?, de 1784.