La historia en diferentes países está cargada de actos fundantes de sus sociedades y son abiertamente reconocidas como parte de su evolución, alentando a los ciudadanos a cuidar su patrimonio cultural, sus símbolos e iconografía. Es así que Francia, en su apologética celebración de los Juegos Olímpicos de 2024, incluyó una serie de cuadros escénicos donde la Revolución Francesa era exaltada; incluso, mostrando a la reina decapitada. La Rusia de Putin retoma la simbología de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en una continuidad conceptual y temporal que rompe la lógica izquierda-derecha al ser el actual gobierno ruso de filiación conservadora. En el caso de Chile, la efeméride de la independencia convoca a los ciudadanos a convertirse en parte del proceso revolucionario que entregó el poder soberano y estableció la República en una acción de sumo violenta a través de la confrontación armada, de la que todos los chilenos se sienten orgullosos, en especial la extrema derecha nacionalista.
Otros episodios violentos como el golpe de Estado de 1973, significaron una involución en una acción reaccionaria en el sentido de destruir el avance dialéctico de la historia y los postulados de la democracia liberal. Es presentado por parte de la élite de derecha y ultraderecha como hechos que ayudaron a concebir el éxito del Chile actual, el de unas pocas familias dueñas del mar, la tierra o del destino de millones de asalariados
Salta a la vista el cinismo flagrante de quienes ven en unos actos de violencia la sustancia de sus principios humanistas y de la realización material de sus anhelos; y en otros, terribles acciones contra la esencia de la democracia o la convivencia. La hegemonía cultural y mediática se traduce en la capacidad de designar cuándo la violencia es justa, y cuándo es abominable, y que las personas lo crean al nivel de transformarse en opinión mayoritaria.[1]
Los mismos que celebran el Golpe de Estado como una revolución conservadora o una revolución capitalista, crearon, a través de los medios corporativos de prensa y la utilización del poder, la necesaria manipulación política/económica que implicó la llegada de miles de inmigrantes para abaratar la mano de obra. Lo que ahora aprovechan como argumento electoral después que los migrantes saturaron los servicios sociales – ya precarios para los chilenos-, o la pertenencia de estos a organizaciones criminales que asolan las calles del país. En un esfuerzo comunicacional sistemático, lograron crear en la psique de la opinión pública que el Estallido Social había sido un acto de lesa criminalidad, una vuelta a la barbarie intolerable para los defensores de la democracia y la civilización occidental.
El éxito en manejar la percepción pública nos habla del poder de los medios para crear mundos reales a través de presunciones o mentiras repetidas hasta la saciedad. La pregunta lógica es: ¿Cómo puede ser democrática una sociedad donde los medios de expresión pública están en manos de unos pocos que son los que determinan las formas políticas: lo que es aceptable de lo intolerable?
Este 18 de octubre, cuando se cumplen 5 años del Estallido Social, es una fecha para recordar que la acción y movilización del pueblo en su conjunto es la forma que tienen los desfavorecidos de hacer valer sus derechos, desafiar los abusos del poder e intentar cambiar lo que se percibe y se vive como injusto.
Ad portas de las elecciones municipales y regionales, los hitos electorales son parte de la maquinaria de control donde las alternativas están siempre subsumidas en la estrecha legalidad de lo tolerable para el poder fáctico. La crisis de representación que tiene deprimido a Chile y al resto de las democracias liberales en el mundo, pareciera demandar inconscientemente una fuerte dosis de estallidos para que las élites despierten, para que comprendan que existe una capacidad finita de tolerancia de los pueblos, que la injusticia tiene un coto de permisividad y que -más allá de esos límites- se pone en peligro la estabilidad del sistema por ellos creado y la vida apacible de los privilegiados. Crearon una sociedad donde pocos viven en el primer mundo y la mayoría habita la penumbra de la pobreza, la precariedad o el endeudamiento.
No sería desventurado pensar que la propia crisis de representación salvó al sistema, ya que la masa de ciudadanos, descreída de cualquier liderazgo, prefirió la emotividad de la simbología a la combinación entre pensamiento político avanzado y la fuerza moral de la movilización social general.
Ignacio Figueroa F.
Centro de Estudios de Medios
Universidad Abierta de Recoleta
Referencias
[1] Encuesta CEP donde el 50% de los consultados rechaza el Estallido Social.