Cuando nuevamente recordamos el golpe militar de 1973, y con sus secuelas que aún palpamos en nuestros acumulados culturales, seguimos esperando que aparezcan nuestros detenidos desparecidos.
Poco o casi nada se habla sobre el legado democrático del Presidente Salvador Allende, tema muy importante por el engaño sobre su gobierno, que la derecha siempre ha realizado desde sus múltiples espacios mediales. Allende, militante del Partido Socialista de Chile y parlamentario por más de treinta años, siempre respetando la constitución de 1925, e incluso cabe destacar que, antes de ser presidente, fue cuatro veces candidato a la primera magistratura (1952,1958, 1964 y 1970). Incluso, cuando los cantos de las guerrillas y asaltos al poder por las armas eran comunes en la década del cincuenta y sesenta, él se mantuvo fiel al camino democrático.
El mejor ejemplo es su mandato presidencial. Durante la Unidad Popular, como nunca, existieron las más amplias libertades en Chile. Salvador Allende lo grafica muy bien en su discurso de la Organización de Naciones Unidas en 1972: “Vengo de Chile, un país pequeño, pero donde hoy cualquier ciudadano es libre de expresarse como mejor prefiera, de irrestricta tolerancia cultural, religiosa e ideológica, donde la discriminación racial no tiene cabida. Un país… donde el sufragio universal y secreto es el vehículo de definición de un régimen multipartidista, con un Parlamento de actividad ininterrumpida desde su creación hace 160 años, donde los tribunales de justicia son independientes del Ejecutivo, en que desde 1833 sólo una vez se ha cambiado la carta constitucional, sin que ésta prácticamente jamás haya dejado de ser aplicada”.
Quizás Jorge Baradit en su libro La dictadura, hace un buen resumen del tema: “Allende mantuvo hasta el final su compromiso con la democracia chilena, y hasta el mismo 11 de septiembre todos los diarios, radios y periódicos funcionaban libremente. Se quiso llegar al socialismo por la vía democrática y terminamos con el capitalismo neoliberal por la vía armada” .
Para terminar, una anécdota que demuestra el compromiso de Salvador Allende con la democracia, de la cual nos enteramos en 2008, gracias al libro de Ozren Agnic, Allende. El hombre y el político. Memorias de un secretario privado. Ahí se cuenta que casi al término de la contienda electoral de 1958, la que daba como ganador a Jorge Alessandri, Carlos Ibáñez le ofrece al entonces candidato Allende la realización de un autogolpe a fin de evitar la asunción de Jorge Alessandri por la vía de imponer a Allende como presidente. En reunión secreta, con generales enviados por Ibáñez y a la que asiste Agnic, este le escucha decir a Salvador Allende: “General, jamás, nunca en mi vida he oído tamaña insensatez y monstruosidad. Me extraña sobremanera que un general de la República se preste para ser el recadero de esta infame maniobra que me está proponiendo Ibáñez a través suyo. Tenga usted muy claro que mi vida personal es intachable y que jamás prestaré mi nombre ni mi posición para que corra sangre inocente en Chile. Lo aberrante de su mensaje es la antítesis de mis convicciones. ¿Han perdido ustedes la razón?, ¿no han meditado las consecuencias de lo que están planeando? Por esencia, por filosofía demostrada en la trayectoria de toda mi vida política, soy profundamente demócrata. Regresen por donde vinieron y díganle al señor Ibáñez que seré el primero en respetar el veredicto de las urnas, así como seré el primero en combatir cualquier intentona sediciosa en Chile”.
Para la historia, Salvador Allende es un símbolo de la democracia y la libertad en toda América Latina.
Carlos Araneda Espinoza
Docente, Universidad Abierta de Recoleta