El viernes 21 de enero se cumplió el centenario de la muerte de Vladímir Ilyich Lenin, el arquitecto de la revolución que sacó a Rusia de la absoluta pobreza, empezando la construcción de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, que a la postre se convertiría en una de las superpotencias del siglo XX.
La revolución encabezada por Lenin que tomó el poder junto a los bolcheviques y el proletariado ruso, fue un acontecimiento de alcance telúrico mundial, las réplicas se pudieron sentir en todos los rincones del planeta como esperanza en los oprimidos o como reacción ante la amenaza para los privilegios sean estos individuales o nacionales.
Hemos estado sometidos a 100 años de una retórica política y mediática para denigrar los logros de la URSS haciendo hincapié en los crímenes cometidos por el comunismo, mostrando a Lenin como un personaje grotesco que inauguró un siglo de cercenamiento de la libertad.
Esta intencionalidad del poder económico -con la complicidad de la gran prensa corporativa y los intelectuales, utilizados como punta de lanza para impedir los cambios que puedan crear un mundo justo-, han caracterizado a cualquier individuo que presente condiciones de rebeldía como desadaptado o un enemigo de la lógica de la libertad y la humanidad; de esta forma, Timoleón, Graco Babeuf, Robespierre o Manuel Rodríguez son personajes sospechosos de actitudes contrarias a lo que debe ser, a lo razonable, en resumen: unos canallas.
Para la izquierda marxista, Lenin, por el contrario, significó un salto extraordinario al lograr que la teoría se transformase en práctica, haciendo posible que lo cuantitativo se convierta en cualitativo, es la alquimia de las ideas utilizando la fuerza del método dialéctico para analizar la realidad y cambiarla.
Los logros de la URSSS siguiendo los pasos de su líder indiscutido fueron gigantescos: “la transformación de Rusia, de ser un país en el que más del 80 por 100 de su población eran campesinos analfabetos o semianalfabetos, en un país de cuya población el 60 por 100 reside en núcleos urbanos. La mayoría de los miembros de esta nueva sociedad son nietos de campesinos; algunos incluso son biznietos de siervos. Es imposible que no tengan en mente lo que la Revolución ha hecho por ellos, y todo esto ha sido posible gracias al rechazo de los criterios fundamentales de la producción capitalista (…) lo que se ha hecho en la URSS durante los últimos sesenta años, a pesar de las tremendas interrupciones provocadas desde el exterior, constituye un progreso extraordinario en el camino de la realización del programa económico del socialismo. Ni que decir tiene que soy plenamente consciente de que cualquiera que hable de los logros de la Revolución será inmediatamente tildado de estalinista. Pero yo no estoy dispuesto a aceptar esta especie de chantaje moral. Después de todo, cualquier historiador inglés puede cantar alabanzas a los logros obtenidos durante el reinado de Enrique VIII sin que, por ello, se le suponga favorable a la decapitación de esposas” (entrevista al historiador Edward H. Carr en El Viejo Topo 1978).
La decisión de la toma del poder por parte de Lenin en su famosa Tesis de Abril, fue visto en su momento como un acto imprudente e incluso, destacados dirigentes bolcheviques, pensaron que Lenin había “enloquecido”. El triunfo revolucionario en una incruenta insurrección, demostró que la audacia era la máxima condición del político “publicista” (así eran llamados los activistas en los días de los viejos revolucionarios), que la justeza del análisis logra crear una condición de superioridad intelectual al adelantarse a los hechos y a las consecuencias de estos.
La reacción al triunfo de los bolcheviques significó que las principales potencias de la época declaran abiertamente las hostilidades contra Rusia, en un esfuerzo por aniquilar el mal ejemplo en su génesis, convirtiendo a cualquier intento de toma del poder revolucionario proletario, en una provocación directa contra el capital unificado mundial.
Los años de la guerra civil entre 1917 y 1923 que siguieron a la revolución rusa, mostraron como las potencias deponen sus diferencias cuando existen amenazas comunes: la primera condición del imperialismo es dominar a sus propios ciudadanos para luego hacerlo con los de las otras naciones. La coalición de países fue similar a las producidas en la época de la revolución francesa buscando la intensión de crear una cruzada contra el nuevo poder de las clases alzadas. El sufrimiento infringido al pueblo ruso fue gigantesco, utilizando las viejas tácticas del acero y el hambre como armas de destrucción masiva.
En nuestros días el mayor logró del poder del capital es que los partidos y personas de izquierda se avergüencen de llamarse a si mismos leninistas, con esto se limita el asalto a la razón de lo que la democracia liberal ha trazado como los límites a que las personas puedan aspirar como cambio al modelo económico imperante. La “izquierda democrática” deslenizada, se convierte en un brazo de la misma dominación del capital, en una apéndice que no cuestiona lo central, sino que rebusca en condiciones ideológicas marginales, que pudiendo ser relevantes, solamente dividen a la posible creación de un movimiento unificado de los trabajadores como fuerza política decisiva.
El leninismo ha sido combatido por representar la racionalidad en un mundo irracional sumergido en conflictos y guerras permanentes que representan a intereses mezquinos y miserables, que con liderazgos razonables podrían ser rápidamente resueltos. La pregunta básica de Lenin “Qué Hacer”, sigue siendo fundamental para guiar a los pueblos y sus líderes en momentos de extrema conmoción, donde la amenaza de la guerra total y el cambio climático, dan escaso margen para el optimismo.
Podrá en este mundo necesitado aparecer un liderazgo como el de Lenin, que utilice sus métodos de análisis para llegar a la justeza de la apreciación de lo que hay que hacer y en qué momento. El surgimiento de individuos así depende de la educación tanto como de la formación de mentes analíticas capaces de cuestionar lo que parece evidente, pero que cada vez se oculta de manera más sofisticada a través de algoritmos y la exacerbación del individualismo, como si la salvación pudiese lograrse para los elegidos.
Todos estamos en el mismo barco de la humanidad y nos precipitaremos juntos al fondo del oscuro océano. El hombre está atado a lo colectivo sin dejar de estar absolutamente solo en los momentos decisivos de su vida. Este conocimiento aun es intuido por los pueblos a pesar del asfixiante control de los medios masivos de comunicación. Los pueblos, si fuesen preguntados, en el mundo de la exaltación de la libertad de consumir, unánimemente estarían a favor de la paz.
El máximo logro de Lenin fue el de tomar el poder para retirar a Rusia de la primera guerra imperialista, eso fue lo que prometió a los rusos y fue lo que cumplió, a pesar de las condiciones abusivas que le impuso Alemania.
A pesar del control mental mediático y de los intereses de las corporaciones que mantienen el permanente conflicto armado, existen movimientos masivos de los pueblos en diferentes países; si hay cabida para el optimismo debería estar en esta esperanza: “las masas combatiendo por la razón, han proclamado en medios de la calle su derecho a influir activamente en la suerte del mundo. Y ya no renunciarán nunca a este derecho, al derecho de servirse de la razón en su propio interés y en interés de la humanidad, al derecho de vivir en un mundo racionalmente gobernado y no en el medio del caos de la locura de la guerra” (George Lukács, El Asalto a la Razón).
Por: Ignacio Figueroa F.
Director Centro de Estudios de Medios