Los medios de comunicación se transforman en apéndices de la propaganda de guerra, convirtiéndose en una rama más de los recursos bélicos puestos al servicio de los planes estratégicos.
Desde el comienzo del enfrentamiento entre Rusia y el bloque occidental – donde Ucrania es la mano de obra y la OTAN el sustento técnico/militar/económico-, la importancia de las comunicaciones masivas se mostró trascendental. Se creó una narrativa marcada por tres ejes discursivos básicos que engloban desde lo táctico a lo estratégico: 1) la Federación de Rusia es un estado totalitario y una amenaza para la democracia liberal occidental; 2) Rusia atacó sin justificación a Ucrania en una invasión que viola todos los preceptos del derecho internacional, transformándose en un estado paria que debe ser aislado y condenado; y 3) la Federación no tiene las capacidades tecnológicas militares de occidente ni su potencialidad económica, por lo que no puede resistir el aislamiento propiciado por las sanciones económicas coordinadas por los Estados Unidos.
Las capacidades comunicacionales corporativas occidentales dieron rápidamente cuenta de su habilidad para presentar un discurso único y monolítico basado en las premisas liberales de la libertad de expresión y el pluralismo. Sin embargo, la coherencia y sistematicidad de la producción de la tríada información/desinformación/propaganda evidenció que la industria del consentimiento o las relaciones públicas occidentales tenían mayor capacidad de adoctrinamiento que el sistema totalitario más depurado.
Por su parte, la Federación de Rusia buscó blindarse ante la respuesta occidental en las distintas áreas del conflicto. Primero, el complejo militar-industrial ruso fue exigido a máxima capacidad[1], permitiendo equiparar y superar la producción bélica de los países de la OTAN en su conjunto. Segundo, la diplomacia rusa -conocida por una rica tradición y capacidad- intensificó sus esfuerzos por no permitir el aislamiento del país. Para ello, propició una alianza más estrecha con China; la ampliación de los BRICS y la creación de una narrativa sobre el enfrentamiento entre un mundo unipolar y uno multipolar, donde se respeta las posiciones particulares de las naciones y donde no tendría cabida la explotación de los recursos naturales de los países pobres por los países imperialistas occidentales, sino que supondría relaciones comerciales mutuamente beneficiosas. Tercero, los medios de comunicación propiedad del Estado ruso -como Rusia Today o Sputnik Mundo- continuaron con sus operaciones de contrapropaganda, reforzando su presencia en diferentes lenguas, a excepción de los países de la OTAN donde han sido incluso prohibidos y perseguidos.
Sin embargo, el principal punto de apoyo para Rusia se ha basado en la mantención de una táctica bélica consistente de la llamada Operación Militar Especial, que materializa todos los aspectos antes mencionados en el campo de batalla. De esta suerte, se entiende que la construcción de la información/desinformación/propaganda no puede estar basada en situaciones imaginarias, aspiraciones o deseos, retórica política sin fundamentos, amenazas destempladas o noticias rápidamente desmentidas (las mentiras tienen las patas cortas).
La solidez del entramado ruso de comunicaciones masivas (aparato de propaganda), basado en las premisas arriba enunciadas, ha logrado contrarrestar a la poderosa industria de relaciones públicas occidental. A dos años del comienzo de la Operación Militar Especial la credibilidad de los medios occidentales está en cuestión por dos aspectos principales: por una parte, el fracaso de las predicciones sobre la incapacidad de Rusia de mantener un conflicto de desgaste contra Occidente como lo demostró la derrota de la cacareada contraofensiva ucraniana armada con la tecnología de punta OTAN; por otra, el genocidio de Israel en Gaza contra el pueblo palestino que deja en permanente evidencia la hipocresía occidental y su entramado mediático en el tema de los derechos humanos.
La industria de las relaciones públicas -con su brazo operativo de los medios de comunicación- ha sido el apoyo básico de la construcción de consensos que dio superioridad moral a los Estados Unidos y Occidente por sobre los estados policiales de control de la población, basados sobre premisas estalinistas de persecución de la disidencia.
En el caso del enfrentamiento en Ucrania, la industria y sus medios no han conseguido los objetivos preestablecidos, mostrando un cierto grado de agotamiento conceptual y una falta de renovación en un mundo complejo atravesado por múltiples canales informativos. No solo las redes sociales se han mostrado como complicadas de controlar, sino que, además, en plataformas como YouTube, existe una proliferación de periodistas con canales propios dedicados al análisis de geopolítica en general y al conflicto ucraniano en particular, en lo que podría llamarse una Internacional de youtubers por la veracidad de la información. La fuerza de los medios hegemónicos occidentales ha chocado contra estos medios alternativos, sin poder desplegar todas sus potencialidades de adoctrinamiento.
En el caso del Medio Oriente, con un enfrentamiento completamente asimétrico entre las fuerzas armadas israelíes y la resistencia palestina, los medios también han tenido problemas en la creación de consenso a pesar de la experiencia del Estado hebreo en la materia con lo que ellos llaman “Hasbara” (traducido como “explicación”): “vincula la guerra de información con los esfuerzos estratégicos del Estado para reforzar la unidad del frente interno; asegurar el apoyo de los aliados; perturbar los esfuerzos por organizar coaliciones hostiles; determinar la forma en que los medios de comunicación, la intelectualidad y las redes sociales definen los problemas; establecer los parámetros del discurso políticamente correcto; deslegitimar tanto a los críticos como a sus argumentos; y dar forma al entendimiento y la interpretación comunes de los resultados de las negociaciones internacionales (…) Representa una asociación público-privada en la que el Estado lidera y los voluntarios comprometidos siguen la implementación de una estrategia de información”[2].
Como hemos indicado, la Hasbara pareciera el modelo comunicacional adoptado por la Federación de Rusia adaptado a la realidad de su Operación Militar Especial en Ucrania. De la misma forma, los medios masivos rusos han sido atacados por el Departamento de Estado estadounidense debido el éxito de estos en la penetración de la opinión pública de los países latinoamericanos.
Es el campo de batalla propiamente tal donde los reveses otanistas han tenido las mayores repercusiones: a la derrota de la ofensiva de otoño/verano de Ucrania, se suma el estancamiento momentáneo del frente para pasar a la ofensiva rusa con la toma de los poblados Avdéyevka[3], los poblados de Sieverne, Stepove y la liquidación de cabeza de puente de Krinki, junto a otros pequeños enclaves que demuestran que Rusia aprovecha su ventaja ante los problema políticos de Occidente para seguir entregando recursos militares y financieros a una guerra que se les presenta como imposible de ganar.
Sin embargo, como es costumbre en Occidente, y a la manera anglosajona, la estrategia seguida por la OTAN es una fuga hacia adelante, aumentando la apuesta por la propaganda y llevando al presidente de Francia, Emmanuel Macron, a explicitar la idea de mandar tropas de la alianza occidental a participar de las hostilidades en Ucrania, a pesar de que implicaría un conflicto generalizado con Rusia.
Centro de Estudios de Medios
[1] En Rusia existe un sistema mixto de producción donde el Estado controla el 51% de las empresas estratégicas; este control permite que las capacidades y recursos sean utilizados en post de objetivos geoestratégicos como parte de una planificación central, en lugar de la búsqueda del lucro como objetivo esencial.
[2] Chas W. Freeman, ex embajador de Estados Unidos en Arabia Saudita en el boletín del Middle East Policy Council.
[3] Ciudad fortaleza reforzada desde 2014.
Revisa los anteriores Análisis de Coyuntura.