La educación en Derechos Humanos pasa más por las prácticas que por los contenidos que las atraviesan. Pasa por alentar la participación social y el pensamiento crítico, en discusión con otras identidades y saberes diferentes a los nuestros. Ello implica enfrentarse a temas controversiales. Es lo que propone el profesor Abraham Magendzo, reciente Premio Nacional de Ciencias de la Educación, señalando que es necesario analizar los temas controversiales de la sociedad, a fin de acercar a la ciudadanía a los problemas de su país.
Ciudadanía empoderada, donde el límite del consenso reside en el respeto de la diversidad, la tolerancia y la igualdad de derechos. Ello permitiría proteger el disenso “en las sociedades democráticas y pluralistas, donde hay identidades, cosmovisiones y culturas diferentes que conviven y que tienen ciertos elementos y visiones particulares, que deben ser considerados y protegidos de una hegemonía socio cultural que pretenda arrasar o anteponer principios que limiten la autonomía, dignidad y derechos de ellas” (Formación de estudiantes deliberantes para una democracia deliberativa).
Ahora es el momento para practicar las bases de la educación en Derechos Humanos, fundada en la deliberación, el reconocimiento de la alteridad y el abordaje controversial de las problemáticas sociales de derechos humanos que nos aquejan, y que han detonado este estallido social. Este proceso de reaprendizaje cívico justamente dice relación con abrir espacios de deliberación en los que se conozca, reconozca e indague en aquellos puntos de tensión y antagonismos; aprendiendo a confrontar puntos de vista divergentes. Así concebimos también la noción de memorias colectivas desde los sitios de memoria. La memoria no es uniforme ni homogénea. Es un territorio en disputa, donde sus significados se construyen en de manera dialógica en el presente.
Mediante los vínculos sociales que se han ido articulando progresivamente, en acciones coordinadas, la sociedad civil es capaz de transformar la institucionalidad política y socioeconómica de nuestro país. “La idea es que los ciudadanos comunes puedan ocuparse al mismo tiempo de los asuntos de la ciudad y del Estado, es decir, que gocen de derechos, pero que cumplan con las obligaciones que su condición de ciudadanía les impone” (El Ser del Otro: un sustento ético-político para la educación). Ejercicio de la libertad cuyo fondo incorpora un profundo sentido de responsabilidad; “responsabilidad con los otros que me y nos enriquece, pero que no está condicionada a este enriquecimiento. Una responsabilidad con los otros a pesar de que en ocasiones están distantes de mi propia identidad (…) una responsabilidad con quiebre, con quebranto de mi identidad, pero sin abandono de ésta” (El Ser del Otro: un sustento ético-político para la educación). Esta mirada es parte de la solidaridad humana, que sí ha desatado procesos sociales transformadores en otros momentos de nuestra historia.
Por último, el llamado es sumar a estos fundamentos la práctica del pensamiento crítico, que tan necesario resulta en un contexto de cooptación de los medios oficiales de comunicación por el poder empresarial; poder que a su vez interviene el poder político que termina resguardando sus intereses privados ante la dignidad del pueblo. Habrá que saber leer entre líneas, saber discutir con tolerancia, pero siempre sobre la base de argumentos racionales. Habrá que saber distinguir entre la constante y sonante criminalización del movimiento social y el ‘vandalismo delincuencial’. Habrá que meter el dedo en la llaga e ir por lo que se evade y se omite: preguntar por la ausencia de la fuerza policial allí donde podría haber sido útil, cuestionar abiertamente la legitimidad de una cocina política totalmente desprestigiada a estas alturas, y por qué, en tal sentido, aún el gobierno y los políticos no convocan a las organizaciones sociales al diálogo.
Mariana Zegers Izquierdo
Docente del curso de Educación en Derechos Humanos en la Universidad Abierta de Recoleta