Desde que lanzamos nuestras bases programáticas, la discusión económica se ha centrado en cuestionar el impacto que tendría el aumento de la carga tributaria y las mejoras en las condiciones laborales sobre la inversión y el crecimiento, poniendo poca atención a la dimensión productiva de nuestras propuestas. Más allá de lo tendencioso que resulta querer evaluar impactos parciales, creemos importante abrir espacios a un elemento clave en el proyecto económico: el desarrollo.
Nuestra propuesta económica busca hacerse cargo de las necesidades que ha dejado el mal manejo de la actual crisis a través de un plan de reactivación audaz, pero con la visión puesta en la construcción de un nuevo modelo de desarrollo para Chile. Para nosotras/os, volver a la normalidad no es alternativa, porque esa normalidad sólo funcionaba para unos pocos.
Seguir haciendo lo que se venía haciendo tampoco es opción. El modelo de desarrollo de Chile ha mostrado claros signos de agotamiento: si durante los años noventa experimentamos una tasa de crecimiento per cápita promedio de un 5,2%, la década posterior a la crisis asiática vio un crecimiento de un 3,2%, llegando a un promedio de un 1,9% en el período 2009-2018. Tal como el economista Gabriel Palma ha argumentado, el colapso de la productividad es igual de evidente, pasando de un 4,6% a un 1,3% en el mismo período. El débil desempeño de la economía chilena no sólo se refleja en los datos anteriores, sino que también en los bajos salarios de la mayoría de las y los trabajadores, en las desigualdades, en el peso del trabajo informal, en brechas de género arrastradas por generaciones, en el deterioro medioambiental, etcétera.
El diagnóstico que hacemos no es nuevo, la diferencia radica en cómo entendemos el desarrollo. La estrategia seguida por gobiernos anteriores fue ampliar mercados para exportar más, esperando que el impulso del comercio fuese suficiente para desencadenar mejoras productivas y tecnológicas. Pero, como evidencian los números del párrafo anterior, esta idea macro se contradijo con la historia micro. Un buen ejemplo es lo que ocurrió durante el pasado súper ciclo de las materias primas, descrito por un informe sobre la gran minería del cobre de la Comisión Nacional de Productividad: un boom de precios que indujo a las empresas a privilegiar la producción a expensas de la productividad, la que disminuyó en un 14% en el período 2000-2014. Esto exigió, entre otras cosas, aumentar en cerca de un 80% el uso de energía.
Nuestra apuesta por el desarrollo de Chile pasa por cambiar la matriz productiva, dejando atrás el extractivismo y avanzando hacia una economía basada en la creación de valor y la generación de conocimiento. ¿Cómo lo haremos? No inventaremos la rueda, tan sólo seguiremos el ejemplo de la mayoría -sino todos- los países que han pasado por procesos de desarrollo exitosos. Esto es, a través de un Estado que estratégicamente construye capacidades productivas, haciendo política industrial, en pos del interés común y desde las especificidades de cada país, porque para el desarrollo no existen recetas universales.
Actualmente, Chile gasta un 1,5% del Producto interno bruto (PIB) en fomento productivo, científico y tecnológico. Esta cifra es similar a la que el país tenía el año 2001, es decir, el esfuerzo en materia de desarrollo industrial y tecnológico es el mismo que hace casi dos décadas, con resultados que hoy son evidentes al analizar la baja diversificación y sofisticación de la matriz productiva del país.
La propuesta de nuestro programa es aumentar este gasto en hasta 3,5% del PIB, para alcanzar una cifra de gasto permanente de 5% del producto. La dirección será diversificar y complejizar para lograr un crecimiento sostenible, en sectores que comprometan empleos de calidad, con políticas industriales diseñadas con perspectiva de género y territorial, y con la urgencia puesta en enfrentar la crisis climática. Ejemplo de esto último es que impulsaremos un plan de inversión pública verde destinada al cambio en la matriz energética, buscando, entre otras medidas, reforzar la estructura de trasmisión para que el potencial de energías renovables llegue a todos los rincones del país. Además, aumentaremos sustantivamente el presupuesto en ciencia y tecnología, y crearemos una banca nacional de desarrollo con una escala acorde a las necesidades del país.
Un modelo de desarrollo basado en la creación de valor; es un modelo donde no da lo mismo el qué ni el cómo se produce. En consecuencia, cualquier propuesta ‘desarrollista’ que ignore la dimensión productiva, es simplemente una oferta vacía para las aspiraciones de transformación de las mayorías del país.
Javiera Petersen
Economista
Docente de la Universidad Abierta de Recoleta