‘Muera Parménides; que venga Heráclito’ fue la consigna del movimiento estudiantil de mayo de 1968, grabado sobre las paredes de París. Pues bien, las alusiones a los filósofos clásicos sintetizaban postulados fundamentales: Parménides tenía una visión del mundo sin cambio alguno; Heráclito, por el contrario: su visión del mundo -a partir del fuego-, era cambiante y en constante evolución. Para Parménides, el cambio es ilusión; para Heráclito, “ningún hombre puede bañarse dos veces en el mismo río”; pues, todo fluye, se moviliza; frase famosa que ya Platón citaba en el Crátilo. Luego, traer a colación los pensadores griegos, y que después de veinticinco siglos aún persisten en la conciencia histórica, es un recurso que siempre es gratificante para quienes anhelamos comprender y actuar según la conquista del pensamiento razonable, progresivo y en constante creatividad: ¡el conocimiento es un logro humano histórico!
Pues bien, conocido es que estudiantes del Instituto Nacional, y otros establecimientos aledaños al centro de Santiago, fueron los primeros grupos de que llevaron a cabo las llamadas ‘evasiones masivas’, como consecuencia del alza en treinta pesos del pasaje del metro. Sin embargo, los estudiantes del Liceo de Aplicación, en octubre del año pasado, ya habían comenzado a protestar por el Proyecto Aula Segura, como signo de violencia simbólica institucionalizada. La teoría de la educación, en su vertiente crítica reciente, nos viene advirtiendo desde hace décadas -véanse Apple, Giroux, Mc Laren, Paulo Freire, entre otros y otras- acerca de las consecuencias nefastas de la Educación de Mercado, de las agendas educativas neoliberales-neoconservadoras que fomentan prácticas de discriminación, represión y estigmatización. Mitos, por cierto, ‘¿liceos de excelencia académica?’, ‘¿panel de expertos?’, modelo del mérito educativo, pruebas estandarizadas tipo SIMCE y PSU, el CAE y un largo etcétera.
Somos conscientes de que estamos en un río social turbulento que corre, avanza, dirige la corriente hacia nuevos senderos. Y en el trayecto agitado, tal vez, no podamos evitar mojarnos, pero todo desafío debe involucrar gentes, comunidades y pueblos; por ello, la educación es el camino lógico para refrescarnos con las aguas de la igualdad, la justicia social. La educación como motor crítico, pues como Platón percibió ¡política y pedagogía se necesitan una a la otra! creando progreso sostenible, única fuerza capaz de superar las demandas sociales, culturales y éticas; las injusticias, las inequidades, la pobreza, las diferencias de clases, la insensibilidad moral y, lo que es más trascendente aún, la deshumanización del ser por el ser.
Necesitamos reflexionar para refundar el modelo de convivencia política, cultural y social en el sentido de que vayamos, luego, remontando a Parménides y Heráclito, y podamos concebir grabar al mediodía, en las paredes de nuestro corazón, la simple razón de algunas palabras: ‘¡Emancipación, transformación, fraternidad!’.
Stefan Palma
Académico Universidad Abierta de Recoleta