“Nuestra música, o las que vengan, no son distintas por sí mismas, sino por la época en que tienen lugar y por todo lo que sucede alrededor de ella” decía Dizzy Gillespie. Sin embargo, este padre del bebop estructuró la forma del caos como estilo jazzístico, dejando atrás la posibilidad del baile entretenido que lo precedió. La percepción de una persona atenta a los ritmos y armonías, podría alegar que el jazz que danzó nada tiene que ver con la irrupción del jazz que hoy solo se escucha. Por tanto, le exige una explicación a Dizzy. Él prefirió seguir ejecutando su música antes de entrar en divagaciones ideológicas del hecho. Su afán de perfilarse como candidato a la presidencia de Estados Unidos lo marcó como un ser político, y en ese episodio no hizo más que expresar, también, que las personas no son distintas por sí mismas, sino por la respuesta que dan como tales a la época y sus circunstancias, como individuos que solo aprecian la realidad o bien se activan para transformarla. Música y persona viven de sus costumbres y ello no provoca una diferencia en su continuo peregrinar hacia el futuro, porque el lenguaje sobre el cual se sustentan tiene la estructura y la función permanente para interpretar la realidad que les toca vivir y sobrevivir.
Max Weber, sociólogo alemán que produjo su gran obra a principios del siglo veinte, nos ofreció la comprensión interpretativa como método para entender dilemas como el expresado más arriba. No es el dato empírico que podemos constatar, sino el sentido que se desprende de la experiencia histórica y se instala en las personas orientándolas a la acción. Con esto podemos seguir la sentencia de Dizzy, comprendida por él desde su propia historia, y reaccionando a su época con un particular sentido de responsabilidad ciudadana. Cuando el mundo se vuelve trágico, se deja el lenguaje para bailar con la posibilidad de transformarlo en uno para protestar, y claro, si bien sigue usando el mismo lenguaje de siempre, difícilmente este puede dejar de lado la ira que lo embarga, el caos que lo consume. Su jazz es el mismo de siempre, pero dialoga certera y asertivamente con un mundo que le demanda mudar su manera de expresarlo. El bebop es tan político como la revolución negra frente a la negación de sus derechos civiles en el país jactado por la libertad.
Ya podemos ir entendiendo a Dizzy. Pero nos falta identificar por qué él se activa al cambio y al ajuste con sus circunstancias de época. Weber indica que en la acción humana, los estados emocionales tienen el poder, aunque a veces de manera irracional, de construir nuevos fines. Así, la época trágica de Dizzy no pudo, sino manifestarse emocionalmente en él como el absurdo de aquel lenguaje que humaniza y a la vez esclaviza, llevándolo a un nuevo orden musical disparatado para contribuir a un ritmo social en llamas.
Hay una virtuosa ecuación entre el lenguaje y la época, el estado emocional y el sentido, y la acción alienada o política. El arte musical se nutre de todo ello y a la vez es método en la construcción de nuevas épocas. Una dialéctica a la cual el jazz, como experiencia sonora, nunca ha podido evadir.
Para finalizar podemos invitar, brevemente, a exponer a dos virtuosos jazzistas que no estuvieron disponibles para sortear la comprensión interpretativa de sus realidades inmediatas. Aún más, que fueron leales a la afectación de sus propios estados de ánimo en medio de las tragedias circundantes. En septiembre de 1963 cuatro niñas afrodescendientes fueron reventadas por una explosión sediciosa en una iglesia en Alabama, donde el Ku Klux Klan operaba impunemente. El odio racial de la supremacía blanca en Estados Unidos solo se superaba a sí mismo gracias a la borrachera inmune del Federal Bureau of Investigation (FBI). John Coltrane, usando su lenguaje musical, dejándose irritar por su estado de ánimo y buscando el sentido de la ridiculez de la condición humana de grupos bastardos, creó e interpretó una de sus más dolorosas baladas, con el mismo nombre del lugar del suceso: Alabama. Esa mirada atenta de la realidad trágica la convirtió en un sonido político, puesto que no solo abrió la conciencia de millares de norteamericanos acerca de la necesidad imperiosa de avanzar en leyes promotoras de los derechos civiles de los negros, sino que además ofreció un himno redentor en una época que era la suya, aunque despreciable, un momento histórico que no volvería a ser el mismo. Seguramente resonaba en los oídos de Coltrane la tremenda interpretación de Strange Fruit que lloró Billie Holiday. El lenguaje jazzístico tenía el mismo color y dolor y, en distintas épocas ambos sustantivos tuvieron para Coltrane la comprensión interpretativa que llenó de emoción la verdadera pelea por la libertad. Su free jazz no es distinto, es parte, como dijimos, de esa ecuación virtuosa que logran los ciudadanos activos.
En mayo de 1969, en la ciudad argentina de Córdoba, se produjo un estallido obrero-estudiantil contra las políticas anti obreras del dictador Juan Carlos Onganía. La represión del movimiento popular y las medidas laborales que endurecían las jornadas de trabajo, reventó en lo que se denominó el ‘Cordobazo’. Algo similar a lo que había pasado un año antes en el mayo francés. La revuelta estuvo en la atenta mirada del músico Jorge López Ruíz, un joven que hizo estallar su ira frente a la injusticia y la necesidad de cambiar el orden de las cosas. Un joven que transitaba en diversos estilos dentro del mismo lenguaje musical, y que encontró en el jazz ese diálogo fecundo con la época que le tocó vivir y la sensibilidad libertaria. Un año después del ‘Cordobazo’, López Ruíz invocó a través del jazz la bronca política que faltaba como interpretación de los sucesos represivos de Onganía. Su atención emocional, en estrecha complicidad con su talento musical, vertieron cauces para presentar su gran obra Bronca Buenos Aires, una lírica envuelta en free jazz que alentó, como un factor más, un ritmo social contributivo a la caída de la dictadura. Una atención ciudadana de López Ruíz que, como Coltrane, no necesitaron de la violencia, sino solo de la presencia digna de personas inspiradas y responsables con su creación musical.
Así que la música, de ayer y las que vengan, no son distintas por sí mismas, sino que harán honor a su propio lenguaje de siempre en la medida que estén en sintonía con la época en que tienen lugar y por dejarse impregnar en todo lo que sucede alrededor de ella. Un esfuerzo por la comprensión interpretativa y encontrando sentido a la sentencia de Dizzy Gillespie.
Antonio Hernández
Director de Jazzística SpA
Texto publicado originalmente en Direct Music Magazine: https://www.directmusiccollective.com/magazine/