Después del fracaso de dos procesos que debiesen haber llevado a la aprobación de una nueva constitución, la institucionalidad anquilosada llega a un punto muerto o a un empate inmovilizador.
Culminado el proceso para aprobar una nueva constitución y reemplazar el texto plebiscitado en
dictadura sin las más mínimas condiciones democráticas, llegó la hora de los balances. Después de 43 años de vigencia de la constitución pinochetista, los actores políticos de todos los colores dan por terminado el ciclo, indicando el “cansancio electoral” y las inexistentes condiciones políticas para un tercer proceso. Objetivamente pareciera que es ese el escenario y que nadie y ningún partido político tienen la capacidad de liderar, no solamente un proceso constitucional, sino que cualquier condición para aglutinar las capacidades de esclarecer un norte para el proceso político chileno.
A diferencia del primer intento constitucional, donde las fuerzas conservadoras usaron todos los recursos para evitar el triunfo de una propuesta que se acercaba a las aspiraciones populares, no obstante su esencia eminentemente socialdemócrata, el segundo proceso constitucional no tenía para la derecha un carácter existencial, ya que la derrota implicaba volver al punto de inicio pre estallido social, esto es, a la constitución de Pinochet. Por lo mismo, el proceso electoral careció de mística o de una emocionalidad exacerbada.
La base del sistema político democrático chileno post dictadura ha sido el gatopardismo -hacer parecer que todo cambie para que continue igual-, de lo cual el mejor ejemplo es el gobierno de Ricardo Lagos, primer presidente socialista después de Salvador Allende, considerado por el empresariado y la derecha como uno de los “mejores de la historia”. Este gatopardismo institucional logra conciliar la dirección elitista conservadora con la apertura de algún espacio a las fuerzas que representan los anhelos populares de justicia social. Sin embargo, hasta el día de hoy configura una farsa política por cuanto los cambios quedan suspendidos en el horizonte para nunca materializarse.
Los medios de comunicación unánimemente coincidieron en apreciar que se había llegado al punto de inicio tras 4 años gastados en el proceso. El triunfo de la propuesta ultraderechista el 17 de diciembre hubiese significado retroceder bastante más allá del punto inicial, pues hubiera significado la derrota total de la izquierda y el gobierno de Boric, situación muy diferente al empate técnico que existe en este momento.
Dicho empate es una victoria táctica del oficialismo, pero sin la suficiente fuerza para permitirle dirigir la agenda mediática y política. El presidente Boric planteó la necesidad de retomar la agenda legislativa en las reformas que quedaron inmovilizadas por el plebiscito, a lo que rápidamente la oposición, nuevamente, se restó en una evidente fuga hacia adelante. Algo similar se puede decir respecto de la acusación constitucional contra el ministro Montes.
La falta de liderazgo desde el gobierno y el oficialismo no puede crear las condiciones para pasar de la victoria táctica a una proyección estratégica, por lo que el inmovilismo y el marasmo serán la norma en los próximos meses. Los actores conservadores y sus mensajes periodísticos se centran en hablar de que nadie puede atribuirse una victoria en el plebiscito. Un golpe de audacia sería empujar la realización del programa de gobierno más allá de la medida de lo posible, amenazando con plebiscitar la idea de la reforma tributaria, por ejemplo.
Existe un ligero cambio en el escenario pre estallido respecto del actual, ya que la constitución pinochetista redactada por Jaime Guzmán contenía en sí misma los mecanismos para no ser transformada por medio de altísimos quórums para su reforma, condición modificada tras el estallido cuando se redujeron desde los 3/5 a los 4/7, abriendo un espacio de maniobra hasta ese momento inexistente.
El problema del liderazgo no es menor como han demostrado los últimos hitos electorales, donde la inclusión de actores políticos apoyando una u otra alternativa –quizás con la única excepción de Michel Bachelet- es el camino más seguro para alcanzar el resultado contrario.
La construcción por parte de las derechas de un escenario electoral basado en el miedo y en el desprecio por las clases populares durante el último plebiscito fue una estrategia que –según algunos estudios- habría alcanzado cierto nivel de éxito: “por nivel de pobreza comunal, el 20% de las comunas más pobres del país presentaron una tasa de apoyo promedio por la opción A favor superior a todo el resto del país, alcanzado 8 puntos sobre la opción ‘En contra’. Esto va en línea con lo que se observó en comunas rurales y de menores ingresos medianos (…) En la presencia de pobreza alta el A favor se ubicó en el 54% vs un 46% y para la pobreza media alta el A favor se impuso en un 50,3% contra un 49,7%. En tanto, por el otro lado, en relación a los grupos de pobreza baja el A favor logró un 44,1% frente al 55,9% del En contra (estudio Faro de la UDD en La Tercera.com 18/12).
Esta tendencia de que las clases populares estén siendo permeadas en mayor medida que otros segmentos de la población por las ideas de ultraderecha, permite a este sector elucubrar una nueva estrategia para las próximas elecciones de autoridades locales en 2024. En consecuencia, es un llamado de atención para la izquierda a regresar a los territorios pobres abandonados por ésta cuando la política fue colonizada por el dinero y el vivir en un barrio popular se convirtió en sinónimo de fracaso.
La ultraderecha y la derecha tradicional -que probablemente entren en disputa tras el fracaso electoral- saben que en los momentos de inflexión deben actuar cohesionados, pero al mismo tiempo entienden que el 44% obtenido en el plebiscito es mentiroso, ya que la acción manipuladora de la agenda de su prensa corporativa, si bien es algo que puede ser replicado, también puede ser obstaculizado por las fuerzas democráticas que pasen desde la retórica crítica a los medios a acciones concretas para revertir el desequilibrio mediático: “Antes de subirme al escenario me di una vuelta rápida en el teléfono por los matinales. Adivinen cuántos matinales están transmitiendo esta noticia. Debo ser sincero que no alcancé a ver el de Chilevisión. En una de esas el de Chilevisión nos sorprende. Vi Mega, TVN y Canal 13 y, por supuesto, ninguno estaba dando esto. Y es que parece que las buenas noticias no tienen rating” (presidente Gabriel Boric en
The Clinic 14/12).
Por otra parte, por el resultado del plebiscito, si la izquierda cree que puede subsistir electoralmente sin medios de comunicación masivos que puedan crear agenda propia, cae en un error estratégico y solamente estará sujeta a los avatares de los fallos de la derecha.
El actual escenario de empate inmovilizador solo puede ser revertido por los actores políticos que
asuman que las acciones audaces pueden no solo afianzar un liderazgo, sino que también pueden
romper el empate catastrófico del actual sistema político al final de un callejón sin salida.
Centro de Estudios de Medios