A propósito de los recientes cambios en el currículum aprobados por el Consejo Nacional de Educación (CNED), no es posible ignorar los efectos desastrosos que las lógicas del neoliberalismo han tenido en educación y en la desaparición programada de las humanidades, los textos clásicos y la pasión por la lectura e investigación. En este sentido, la electividad que tendría la asignatura de historia en lo que respecta al periodo más contemporáneo es preocupante, pues va a significar que los estudiantes no tengan la formación suficiente para analizar la historia desde la óptica de los procesos, el pensamiento crítico y autónomo vinculado a la realidad vivida.
Es doloroso ver el exitismo de esta sociedad, saber que el índice de suicidio es uno de los más altos del mundo, sobre todo, a nivel juvenil (el mismo espectro etario que en el momento exacto de su maduración -donde florece con fuerza la conciencia crítica y social ya sea de género, clase o bien interseccional- está siendo casi condenado a estar vacío de historia reciente). La degradación ética en la que vivimos se condice con la política de gobiernos centrados en la lógica autoritaria del mercado, la que ha convertido a las universidades en empresas profesionalizantes. Es la misma que entiende a los estudiantes/as como clientes/as y que trata a los profesores/as/ es como burócratas.
El escenario actual, entonces, es bastante complejo, donde la precariedad en que se encuentran las humanidades se debe, entre otros factores, a que se trata de materias contrarias a las hegemonías antes mencionadas. El conjunto de disciplinas que procuran estudiar las culturas humanas funciona de manera opuesta a la lógica de mercado porque este pone permanentemente en riesgo los vínculos humanos, solidarios y desinteresados, esencialmente gratuitos y sostenidos más allá del utilitarismo y el lucro.
En este ámbito, cabe destacar el valor de la historia no como un recuerdo anecdótico del pasado sino como interpretación política significativa de la realidad experimentada. La historia es obra del entendimiento, de la comprensión crítica, estimulante y creativa. Es una disciplina que cumple el papel de enseñar a pensar, de sentirnos dueños del presente, o sea, del lugar desde donde se habla, desde donde se piensa. La historia es una pregunta constante por el aquí y el ahora.
La política impuesta sin previa consulta por el gobierno en curso, muestra que su valor en el currículum no es una cuestión dada por su naturaleza, sino que es un espacio en disputa que requiere una reflexión profunda sobre los sentidos de la educación: ¿Quiénes somos y quiénes queremos ser? Por ende, es necesario poner el foco en la democratización de la discusión curricular en Chile, donde estriba una parte importante de los procesos educativos, considerando también a las familias que, en su diversidad de formas, son espacios en los cuales, muy legitima y naturalmente, los niños/as/es aprenden y se forman para ser ahora y en el futuro. La pregunta de fondo, entonces, reside en la legitimidad que puede tener el CNED para tomar decisiones tan fundamentales para el desarrollo de la educación chilena.
Por otra parte, la decisión menosprecia el imperativo social vital de la memoria. Somos nuestros recuerdos. Necesitamos historia para saber vivir, para tener conciencias críticas ciudadanas, democráticas y fundamentadas sólidamente, para otorgarle sentido a las identidades particulares, para discriminar las verdades por sobre las mentiras, para prevenirnos de fanatismos, chauvinismos, odios, homofobias y racismos.
Estudiar historia significa mucho más que memorizar datos, implica desarrollar conciencia de sujeto histórico, concepto que define al ser que es capaz de transformar su realidad y, por ello, producir discursos que reconstruyen el pasado. La historia subraya la dignidad de las personas, es decir, la cualidad de hacerse valer responsablemente consigo mismo y en relación con los demás. La dignidad se expresa en el afán de saber e indagar sin pragmatismos baratos, sin objetivo inmediato, independientemente de la capacidad de obtener ganancias y réditos económicos.
El desprecio concertado hacia la historia manifestado en esta política educativa, se fundamenta en el contexto de una cultura neoliberal que califica los conocimientos humanistas como inútiles, confunde conocimientos con información, aprendizajes con memorización. Se entiende, entonces, que reconocer el menosprecio a la historia no es una manifestación gremial o solamente disciplinar sino la constatación de un problema cultural que aplica no sólo al campo historiográfico, también a las demás disciplinas que van a tener que sobrevivir en el contexto de una cultura centrada en la electividad (entiéndase artes y educación física).
Todo esto parece tener la intención de crear una realidad que no existe, instalando la idea de que a la ‘gente’ no le importa la historia (nótese la palabra: no al pueblo, ni las personas, a la gente entendida como consumidores de un centro comercial que -así como ‘eligen’ cultura- ‘eligen’ educación). Una manipulación cruel de la sensibilidad social en circunstancias que los comportamientos de la ciudadanía indican otra dirección. El interés de la población por la historia es observable en el consumo de libros, en el gusto por participar en el día del patrimonio, entre otros ejemplos. El curso que actualmente imparto en la Universidad Abierta de Recoleta –Introducción a la historia– es uno de los que generó más interés y número de estudiantes inscritos.
Con esta columna queremos abrir un debate público e invitar a la comunidad a reflexionar sobre las grandes preguntas que surgen cada vez que se intenta arrasar con la historia. Lo hacemos, además, con la convicción de que esas preguntas deben encaminarse también a buscar nuevas formas para enfrentar los dilemas más profundos de nuestra sociedad, a pensar y encontrar alternativas que radicalicen la democracia. Lo hacemos desde un proyecto, como la Universidad Abierta de Recoleta, que ha abierto espacios para repensar la educación y las vías de democratización del conocimiento.
Ariadna Biotti Silva
Historiadora
Profesora de la Universidad Abierta de Recoleta