Opinión / La sociedad del resentimiento

El interés de la filosofía por el resentimiento en el mundo occidental viene de lejos. Está presente en la Teoría de los sentimientos morales de Adam Smith (1759) como sentimiento de frustración y acritud provocado por una determinada posición social y, en general, tiene una connotación negativa («pasión antisocial», el gran veneno de la felicidad).

Nietzsche utilizó la palabra francesa ressentiment porque pensaba que la palabra correspondiente en alemán (Rachegefühl) no expresaba la densidad semántica de ressentiment. Algo parecido ocurrió con otra palabra, esta vez alemana, que se universalizó: Zeitgeist. En la Genealogía de la moral, Nietzsche afirma que el resentimiento es la reacción interiorizada de impotencia en una sociedad opresiva en la que uno no ha tenido éxito.

El resentido no es directo, ingenuo ni honesto, ni consigo mismo ni con los demás; entrecierra los ojos como si padeciera estrabismo; le gusta esconderse al fondo de la realidad, en el secreto y la clandestinidad, allí donde se considera seguro; sabe no olvidar y sabe esperar a que llegue el momento; mientras no llega, es un experto en humildad, adulación y autodesprecio; cuando llega el momento, es más listo, astuto y violento que cualquier no resentido (1887). El «hombre noble», en cambio, es incapaz de resentirse y olvida las ofensas de sus enemigos.

Desde Nietzsche, el tema del resentimiento no ha dejado de estar presente en la filosofía, aunque no siempre con la misma intensidad. La fenomenología, en general, y Max Scheler, en particular, ahondaron en el tema del resentimiento (1915). Hasta Sloterdijk encontró la raíz de la teoría crítica en el resentimiento, lo que culmina su cruzada por el fin de la teoría crítica, que tanto Toscano como Zizek criticaron con acierto. El interés por el resentimiento cautivó a la psicología y, finalmente, a la sociología. Desde el punto de vista sociológico, la reflexión de Max Scheler sobre el resentimiento es especialmente importante. Para Scheler, el resentimiento es un sentimiento de odio que resulta de un cierto tipo de relaciones interpersonales; señala una desorganización de la sociedad y una profunda crisis de valores; se manifiesta por una cierta perversión de los valores que conduce a una falsa visión del mundo. El resentimiento es un autoenvenenamiento del espíritu, provocado por una acumulación sistemática de determinadas emociones y sentimientos, que genera una «sed de venganza» contra la autoridad hacia la que el resentido siente envidia e impotencia. En la época en que escribió, Scheler atribuía el resentimiento a una crisis de valores que residía en la sustitución gradual de la ética cristiana por la ética burguesa producida por la industrialización y la maquinaria.

De Scheler podemos concluir que cada sociedad produce su propio tipo (o tipos) de resentimiento. No siento especial simpatía por el libro de Oswald Spengler sobre la decadencia de Occidente (1922), pero creo que tiene razón cuando afirma que en cada época los seres humanos se comportan en sus relaciones con los demás de un modo que es congruente con el ambiente general de la época, e incluso lo refleja: el espíritu de la época. Uno de los modos más frecuentes en la experiencia del mundo actual es el resentimiento. El resentimiento es una emoción o un sentimiento que presupone un conflicto que no se formula políticamente, sino ética y moralmente. En esa medida, la cuestión del poder y de las relaciones de poder se vuelve mucho más compleja. En este texto, mi objetivo es caracterizar el mundo relacional que caracteriza al resentimiento en general y, a continuación, centrarme en uno de sus tipos.

El resentimiento es una emoción o sentimiento que se manifiesta como rencor, odio, ira, amargura, acritud, o indignación en respuesta a algo experimentado como daño o injusticia. Es, por tanto, una actitud reactiva que se formula en un registro ético o moral, más que directamente político, y se basa en un binarismo estancado entre víctima y agresor. Como tal, implica una justificación moral incondicional que no permite considerar la complejidad de los procesos que pueden estar detrás de la situación de la persona resentida. La persona causante del resentimiento queda reducida a la condición de agresor y la resolución del resentimiento sólo puede producirse mediante el reconocimiento por parte del agresor del daño causado, la reparación o el arrepentimiento. Cualquier uso del poder por parte del agresor es, por definición, un abuso de poder. El sujeto del resentimiento no se ve actuando por poder o interés, sino por razones éticas y de comportamiento moral. Ve el mundo circundante como dominado por poderes hostiles y sólo reconoce como propio el poder de sentirse ofendido.

Esta caracterización se asemeja al tipo ideal de Max Weber, ya que los distintos tipos de resentimiento pueden tener sólo algunas de estas características y con distintos acentos. Inspirándose en Smith y Nietzsche, Fassin propone dos tipos ideales de resentimiento: el resentimiento histórico-ideológico (Nietzsche) y el resentimiento relacional, intergrupal-comunitario (Smith).

El primero se refiere a hechos históricos, como largas experiencias de persecución, genocidio o apartheid; mientras que el segundo se refiere a reacciones de frustración en situaciones relacionales o grupales que pueden incluir a policías, extremistas de derechas, trabajadores en paro de larga duración, etc.

El primero se refiere al sufrimiento de larga duración histórica, mientras que el segundo se refiere al sufrimiento relacional o incluso al «sufrimiento posicional». En ambos casos, se trata de emociones o sentimientos que dramatizan un daño considerado injusto desde un punto de vista ético-moral, y por tanto no inmediatamente político. Siempre implican la existencia y la celebración de víctimas.

Ambos tipos de resentimiento demonizan al agresor; en el caso del resentimiento histórico-ideológico, la intensidad del rencor y del odio hace casi imposible el arrepentimiento, el perdón o la reparación. En los resentimientos que abundan en la sociedad contemporánea encontramos componentes de ambos tipos, pero siempre es posible detectar matices y prevalencias.

En este texto me ocuparé exclusivamente del resentimiento -intergrupal-comunitario, predominantemente relacional.

Resentimiento intergrupal-comunitario

En este tipo de resentimiento, las convergencias ideológico-políticas entre agresores y víctimas suelen ser habituales y se convierten en uno de los factores que lo intensifican.

Tales convergencias pueden dar lugar a militancias paralelas, pero no a militancias genuinamente comunes porque en estas últimas suele haber procesos de negociación en los que los binarismos no existen o, si existen, son múltiples y se neutralizan mutuamente (el agresor y la víctima pueden estar en el mismo bando en una determinada disputa interna, pero en bandos opuestos en otra disputa).

El resentimiento exige un binarismo incondicional, al igual que la agravación ético-moral que lo sustenta. Especialmente en el Norte global, este tipo de resentimiento prevalece debido a la emergencia del neoliberalismo como versión dominante del capitalismo a principios del siglo XXI y a la guerra cultural que sustenta el crecimiento de la política de extrema derecha y el neoconservadurismo que la acompaña.

Contribuyen a generar formas de subjetivación individualista que celebran la autonomía y se afirman mediante juicios morales sobre el daño y la injusticia. El sujeto político individual se dramatiza al transformarse en el centro de la política a través de la ejemplaridad de su inversión.

El poder neoliberal genera diversos tipos de subjetivación política, pero en general todos convergen en la moralización de la ofensa o el daño y en el desvío de la resistencia o el odio hacia objetivos identificables y «proporcionados», muchos de los cuales nada tienen que ver con el poder real.

Por eso, la subjetivación neoliberal favorece formas de politización que, a la luz de los principales vectores del poder real, funcionan como despolitización (formas de reacción desviadas o sustitutivas del poder real). Al igual que el dolor, el resentimiento no implica el conocimiento de sus verdaderas causas. Los blancos del resentimiento pueden ser ellos mismos víctimas del poder neoliberal y del neoconservadurismo, pero se convierten en agresores cuando la subjetivización política tiene lugar a través del resentimiento. En los países del Norte global, la ilustración más típica de este fenómeno es el resentimiento anti-inmigración por parte de las clases trabajadoras. Se trata de un caso extremo de subjetivización de la política del resentimiento, que consiste en poner a víctima contra víctima.

La subjetivización ético-política del resentimiento presenta diversos matices. En general, se caracteriza por la dramatización del daño real o ilusorio y la certeza no examinada de sus causas; por tomar fantasmas por realidades; por recurrir a epifanías de autonomía individual que son, en esencia, sustitución de dependencias; por la creación de una comunidad de víctimas que potencia la propensión maniquea y el confort moral frente a un mundo exterior hostil; la convicción de que la distribución de los recursos es injusta o de que los diagnósticos son incorrectos, con una falta total de autocrítica; la movilización de sentimientos de indignación, rencor, ira, rabia, acritud, que pueden esconder envidia, intriga, incapacidad para enfrentarse a las propias limitaciones o análisis que complejizan el origen, la dimensión o la caracterización del daño. El resentido maximiza el daño para maximizar la malicia del agresor y potenciar así la venganza. En casos extremos, el agresor, más que malo, es la encarnación del mal. Cuanto mayor es la polarización, menos posibilidades hay de reparación, arrepentimiento o reconciliación. La persona resentida pasa rápidamente de la seducción a la victimización.

Cuando la persona resentida rechaza la reparación o la reconciliación, la única resolución posible al resentimiento es la venganza. Para Max Scheler, la «sed de venganza» es una forma de «autoenvenenamiento de la mente» que resulta de la frustración causada por una mezcla de envidia de algo que no se tiene y de impotencia para obtenerlo. La venganza obliga a un reduccionismo extremo tanto a la víctima como al agresor.

Cualquiera de ellos deja de ser otra cosa que la víctima o el agresor. Deja de existir la posibilidad de constelaciones complejas, ya sean víctima-agresor (hasta qué punto la víctima es también agresor) o agresor-víctima (hasta qué punto el agresor es también víctima).

La forma más elaborada de venganza es la violencia sacrificial, el chivo expiatorio. La violencia sacrificial consiste en negar los valores más inviolables con el pretexto de defenderlos. Una de las luchas imperiales más recientes ha sido la «guerra contra el terror», que, entre otras muchas consecuencias, ha dado lugar al llamado «derecho penal del enemigo» (traté este tema en Derecho y epistemologías del sur Cambridge UP, 2023). Se trata de un derecho excepcional en el que se suspenden los derechos de defensa, las garantías procesales y la presunción de inocencia para actuar eficazmente contra el llamado «enemigo». Es, en esencia, una expresión del derecho a la venganza en la que el fin justifica los medios.

El chivo expiatorio es una forma específica de violencia ritual y sacrificial cuyo principal objetivo es crear o reforzar un determinado sistema u organización social. Según René Girard (Chivo Expiatorio, Violencia y lo Sagrado),el chivo expiatorio pertenece a los «rituales de persecución» mediante los cuales las sociedades rechazan y destruyen a las víctimas porque están convencidas de que destruyen o amenazan el orden social. Se elige un chivo expiatorio -una persona o un grupo- inocente, a veces marginal para la comunidad, cuyo equilibrio se restablece cuando su ira se descarga contra él o ella. Algo en la marginalidad del chivo expiatorio (el hecho de que en la Edad Media se culpara a los judíos de las epidemias) hará que la ejecución parezca justa a los culpables, de modo que la sangría de la ira de la sociedad pueda ser efectiva y se restablezca el orden.

A medida que aumenten las desigualdades y discriminaciones del neoliberalismo, viviremos cada vez más en sociedades del resentimiento: fragmentación total de los sentimientos de injusticia, intensificación de los conflictos entre víctimas e imposibilidad de articular luchas contra la dominación capitalista, colonialista y patriarcal. Estas luchas dejan al verdadero agresor indemne y aliviado por el hecho de que las fuerzas y los motivos de resistencia y lucha contra él se dividen y se desvían eficazmente de los objetivos que podrían beneficiarle. Uno de los peligros de la proliferación de la sociedad del resentimiento es precisamente ése, la perpetuación del poder que lo provoca. El otro peligro es la mayor dificultad para distinguir los daños reales de los daños ilusorios, las causas reales de las causas ilusorias, y las víctimas y agresores reales de las víctimas y agresores ilusorios. Esta dificultad pone en peligro el castigo efectivo, sustantivo y procesalmente justo del daño real sufrido por víctimas reales contra agresores reales. El resentimiento acaba con la esperanza de una sociedad más justa. El resentimiento sustituye la dialéctica spinozista entre miedo y esperanza por la dialéctica entre odio y venganza. La venganza aspira a la transferencia de poder, no a la transformación del poder. Sin esta transformación, no habrá esperanza de un mundo mejor.

Por Boaventura de Sousa Santos