Falleció el pasado domingo 6 de octubre la poeta, cantora, payadora y guitarrista Cecilia Astorga, y la primera imagen que me trajo esa triste noticia, fue la sonrisa de la creadora. Su energía, sus ganas, su disposición para ir al frente, para comunicar su hacer y su saber, y toda la potencia que entregaba en su decir, en su tocar y en su crear se reflejaban en esa sonrisa, en esa expresión que nutría cada una de las instantáneas que registra mi memoria y las que se plasman en las publicaciones que la evocan por estos días.
Nunca es fácil ser primera o primero en algo, nunca es simple ser precursora y Chile sabe bastante de eso. Nunca es simple aparecer en un espacio donde no se espera tu presencia, donde tu estar se vuelve una incomodidad para los otros, en un contexto nacional donde el machismo campea y en el mundo de la paya ella lo vivió y lo afrontó. Siempre reconoció que fue difícil, pero Cecilia Astorga lo asumió con seriedad, con dedicación y con mucha responsabilidad. Nunca quiso ser la invitada a payar por su condición de mujer, nunca quiso que se le aplaudiera por lo mismo, ella siempre quiso estar en esos escenarios porque se valorara su hacer, porque su canto, su creación, fue un saber desde la infancia y desde la tradición familiar. Ella siempre dijo que no llegó a ser payadora por casualidad, sino que ella llegó a esos espacios con una “buena base que me permitió seguir adelante y fortalecerme”.
Esa actitud, esa forma de entender su labor fue determinante para que otras mujeres se fueran incorporando a este arte y se constituyera con el paso de los años una presencia femenina muy activa en la paya y ellas, las payadoras, de la mano y del rumbo que Cecilia Astorga ya había delineado fueron conquistando espacios y transformando años de una tradición musical que estaba vedada para las mujeres.
Cecilia Astorga dedicó muchos años al arte de la décima, a enseñar, a hacer talleres, a escribir, a batallar, a sumar las causas feministas y de defensa de los derechos sociales en su labor. Su arte fue valorado y reconocido -algo que no siempre sucede en este territorio- y solo unas semanas antes de su muerte recibió el Premio a la Trayectoria Margot Loyola. Su arte sembró para que otras y otros sigan, para que esa tradición de la oralidad se potencie y continúe. Su sonrisa se instaló como un sello, y su palabra dice que “una décima merece, en este día especial, la mujer excepcional, que por todos lados crece”.
Jordi Berenguer
Instituto de Cultura y Arte Popular (ICAP)
Universidad Abierta de Recoleta