En este mismo sitio recordamos hace algunos días una anécdota de Óscar Castro en la prisión política, en Melinka de Puchuncaví, donde le toman el pelo al comandante del campo. No sabíamos de su enfermedad. No imaginábamos que el maldito Covid también se lo llevaría a él, en París, en su exilio interminable. Lo seguimos recordando. Para reírse de los milicos había que ser valiente y creativo. Atreverse. Tener el entusiasmo por la vida que Óscar Castro transmitió siempre.
Se podría decir que cargaba más tristeza que muchos y que levantaba el ánimo como el que más. En su prisión se enteró de la detención de su madre, la señora Julieta Ramírez, y de su cuñado Juan McLeod. Lo fueron a visitar y los militares se los llevaron a la Villa Grimaldi y desde entonces comenzó la desaparición forzosa. No se sabe de sus paraderos. Sin embargo, Óscar levantaba el ánimo de sus compañeros con humor e ingenio en un largo itinerario por diversas prisiones. Representó, entonces, a Casimiro Peñafleta, preso político. Un monólogo de un humor negro desopilante representado ante el público literalmente cautivo que se reía de sí mismo.
En el campo de prisioneros de Ritoque -donde había solo hombres- ideó una jocosa función de ‘cine para adultos’. En la prisión había un compañero que hacía clases de historia del arte, que para hacerlas se consiguió extraordinariamente con los militares un retro-proyector, con el que podía mostrar reproducciones de pinturas. Óscar Castro mira la máquina e inicia el siguiente diálogo:
-Oye… con esta cuestión se puede proyectar cualquier cosa ¿no?
-Claro… una foto, un dibujo, cualquier imagen.
-Entonces, también podríamos mostrar fotos de minas en pelota… ¡préstame el proyector!
Ya equipado, ‘El cuervo’- organizó una función especial, no autorizada, de ‘cine para adultos’, con fotos de calendarios. El lugar y la hora de la proyección fue comunicada discretamente a los interesados. Los espectadores debían pagar una entrada, a un precio de subsistencia: dos tarros de conserva, uno de algo dulce (por ejemplo, duraznos al jugo) y uno de algo salado (por ejemplo, chancho chino o una lata de sardinas). Las fotos de modelos sexy, que no llegaban a ser pornográficas, se proyectaban sobre una sábana. Además de los comentarios jocosos, para animar la sesión Óscar tomaba con disimulo una puntita de abajo del género y lo movía ondulante. Con estos efectos especiales conseguía que las mujeres semidesnudas se movieran sinuosamente, lo que provocaba la hilaridad del respetable público.
Casimiro Peñafleta, preso político fue número imperdible en la gira o temporada teatral que pasó por Tres Álamos, Melinka, Ritoque. Fue el alter ego del fundador del teatro Aleph, apodado ‘El cuervo’. En Ritoque, el personaje adquirió una faceta alucinante, de carga satírica: el ‘alcalde’ autodesignado del lugar, representante oficioso y cómicamente solemne de los presos: “Encontré un frac y una chistera en un cargamento de ropa usada -cuenta entrevistado por Rebeca Araya-. Era mi traje, con banda presidencial y todo. Parte de mi trabajo era recibir a los prisioneros que llegaban, generalmente muy maltratados, y despedir a los que se iban. Aparecía en una carretilla, conducida por otros presos, me bajaba pomposo y les daba la bienvenida”.
La coherencia rólica del personaje era impecable, tanto al recibir a los nuevos habitantes como también al despedir a los que se iban en libertad. Parte de su función edilicia era inaugurar los actos culturales y todo lo que fuera inaugurable para un alcalde. La ceremonia de bienvenida era una performance absolutamente surrealista, desconcertante para los recién llegados que, generalmente, aceptaban con risas la autoironía y entraban en el juego social que los trataba como ciudadanos. A fin de cuentas, la recepción la encabezaba un par: un compadre, un compañero de viaje, un actor de la misma tragicomedia. La farsa se desarrollaba con la tolerancia de la guardia militar que veía en esto una mera distracción que ellos también disfrutaban. “El teatro -decía- inventa mundos y cuando un hombre se acuerda de que puede crear y reírse, encuentra su libertad dentro de él”.
Óscar Castro, el Cuervo, el alcalde de Melinka, Casimiro Peñafleta, preso político, el exiliado Mateluna y el cartero de Pablo Neruda nunca imaginaron que recibirían la Orden de la Legión de Honor del Ministerio de Cultura de Francia, ni que sería designado Caballero de las Artes y las Letras por el Ministerio de Cultura de Francia. Así, la risa le ganaba al dolor y al miedo conquistando momentos de felicidad, un tris de plenitud, un gozo momentáneo, sorprendente que Óscar Castro describió magníficamente como “una extraña felicidad compartida”. Le escuché esta expresión en el Parque por la Paz Villa Grimaldi en el 2009. Encontré que era el mejor subtítulo para mi libro Derecho a fuga. Una extraña felicidad compartida (Asterión, 2018). Se lo conté, se llevó el libro, lo íbamos a presentar juntos en La Cisterna en la casa del proyecto Aleph-Chile quizás en el lugar que lleva el nombre de su madre desaparecida: Sala Julieta. Algo pasó, para variar. Quedó pendiente. Seguiremos recordando y compartiendo las enseñanzas de humanidad de Óscar Castro.
Jorge Montealegre I.
Escritor, académico USACH
Red de Investigación y Estudios del Humor (RIEH)
Vicepresidente de la Unión Nacional de Artistas (UNA)