Nuestros días están atravesados por el barullo y el silencio. El ruido horrendo y extenuante de las máquinas de guerra de exterminio y su estela de bullicio en los medios y los discursos políticos en los foros internacionales, la inundación de propaganda. Pero además de la propaganda prolifera la censura, y ésta se da de múltiples modos. No sólo como acto de acallar, sino también como silencio activo. No nos referimos al silencio sensible cuando faltan las palabras para decir el horror, sino el callar, ese ruido sordo –cuando hay algo que decir y por algún motivo no se dice. Porque hay múltiples maneras de callar. Una de ellas es guardar silencio. También puede ser contener la palabra para no ser señalado como un enemigo más. Otra puede ser permanecer en el discurso moralizante que apela al dispositivo de la condena para cerrar la cuestión, ya sea en la buenista equivalenciación general de todas las violencias, o, a partir de los secretos juicios desde donde se condena: se clausura la pensabilidad política de la cuestión, desde un apoyo en principio a, una denegación de, o un silencio críptico sobre el genocidio. (1)
En los años más grises y acerados de la dictadura cívico-militar en Chile, la atención a la interfaz mediática de esos años se dirigía a programas de las señales de televisión estatal y católica: se veía en casa el Festival de la Una o el Japenning con Ja, como si nunca pasara nada, mientras la dictadura agenciaba en las calles y poblaciones el orden nocturno de la desaparición y la tortura. (2) Hoy el genocidio en Palestina aparece espectacularizado a través de una interfaz mediática ampliada (con la propaganda “occidental” predominando en los medios oficiales y las atrocidades circulando en las redes sociales y las periferias del internet) y, aun así, resuena con sonido sordo tras las pantallas de Netflix, como si no pasara nada. ¿Insensibilización a causa de la profusión y saturación de imágenes atroces? Puede ser, a cierto nivel. Pero pareciera que la insensibilización descansa más hondamente, en una naturalización de la atrocidad en Palestina, dado que la dinámica ha venido siendo la normalización de un genocidio que no es de ahora, que está en curso desde hace varias décadas. Si alguien no ha tenido noticias de ello, eso es precisamente efecto de tal naturalización.
Otro de esos silencios estruendosos es el de gran parte de la intelligentsia de las ciencias sociales y de las humanidades. El “temor” de hablar públicamente o de escribir sobre el genocidio envuelve un silencio que puede no ser sólo resultado de la prudencia escolar ante el objeto, o reflejo del posicionamiento asustadizo de les intelectuales en un campo donde la “crítica” queda atrapada en la maquinaria de una ciencia social gestional y vaciada de todo conatus crítico. Puede que no se trate de un silencio prudencial o medroso, puede que no sea un silencio para evitar la precipitación del juicio insuficientemente informado o la acción temeraria, sino uno lleno de juicios silentes, incluso inadvertidos. En un primer nivel puede tratarse de una sobreadaptación típica de la burocracia profesoril universitaria, de “hábitos mentales” que inducen al intelectual a la evasión de asuntos y posiciones difíciles, como lo describía hace unos años Edward Said:
No quieres aparecer como demasiado político; tienes miedo de parecer controvertido; quieres mantener una reputación de ser equilibrado, objetivo, moderado; tu esperanza es que te vuelvan a solicitar o consultar, ser parte de una junta directiva o de un comité prestigioso y, así, permanecer dentro del mainstream más responsable; algún día esperas obtener un título honorífico, un gran premio, tal vez incluso una embajada. Para un intelectual, estos hábitos mentales son corruptores por excelencia. Si algo puede desnaturalizar, neutralizar y finalmente matar una vida intelectual apasionada es la internalización de tales hábitos. Personalmente los he encontrado en una de las cuestiones contemporáneas más difíciles, Palestina, donde el miedo a hablar abiertamente sobre una de las mayores injusticias de la historia moderna ha paralizado, puesto anteojeras o amordazado a muchos. (3)
Tales “hábitos mentales” -que van constituyendo un habitus que capitaliza la existencia de las “citas” – tendrían que ver con el cuidado de la propia carrera universitaria, frente al “abuso y difamación que cualquier defensor abierto de los derechos y la autodeterminación de los palestinos se gana para sí mismo”, según describe Said. Lo que está en juego aquí es la cuestión que Michel Foucault señalaba remitiendo a la parrhesía, (4) término griego que apunta al coraje de “decirlo todo”, “decir sin reservas” las cosas ante los demás y frente a los poderosos (frente a quien fuere, sin callarse, con franqueza y sin miedo). Pero esto no significa que la cosa sea tan simple como hablar sin miedo o callar por miedo. ¿Qué será lo que está en juego, por ejemplo, cuando en un “campo” donde tanto se habla “críticamente” de colonización y descolonización (de los cuerpos, del pensamiento, de las metodologías, etc.), donde se publica sobre la injusticia, el sufrimiento o la pobreza, los intelectuales callen sobre Palestina? ¿Será que sólo lo hacen para no poner en peligro sus posicionamientos dentro del campo? Los términos relativos a la “decolonialidad” prevalecen y circulan como moneda de cambio en los campus universitarios (desde los programas de cursos hasta las conversaciones y posicionamientos cotidianos), excepto, por supuesto, cuando se trata de Palestina. Entonces la categoría brilla por su ausencia. Que algo brille por su ausencia significa que su ausencia anuncia algo. ¿Qué sintomatiza o pone de manifiesto la ausencia –el silencio– en este caso?
Elizabeth de Fontenay (5) ha llamado la atención sobre dos términos que durante el siglo XX fueron utilizados para referir a situaciones de violencia sacrificial: “hecatombe” (sacrificio de cien reses vacunas) para referir a la Primera Guerra Mundial, y “holocausto” (sacrificio animal por incineración, sin dejar rastros) para referir a las víctimas del genocidio del Tercer Reich. En el uso de tales términos se ha practicado un desplazamiento de su significación desde los animales a los humanos: siendo las víctimas propiciatorias humanas, el desplazamiento alude a una “animalización” de la humanidad –o “deshumanización”, o reducción a “vida nuda” (homo sacer). De modo que se considera “natural” que ciertos miembros de la comunidad de lo viviente deban ser sacrificados en nombre de la “espiritualización” de la humanidad como tal. ¿En nombre de qué espíritu se percibe que los palestinos “mueren” (como animales –lenguaje natural) y los israelíes son “asesinados” (como personas –categoría teológico-jurídica)? Para que el genocidio se naturalice los gazatíes han de ser animalizados –desde la particular diferencia humano-animal determinada occidentalmente al hilo de una determinada concepción maximizada del lenguaje humano (logos, razón, espíritu, técnica, historia, libertad, etc.) por contraste con la “naturaleza”. De modo que hemos aquí una cuestión que hoy se revela con la mayor de las claridades: el racismo moderno es el reverso del humanismo. Si la civilización occidental monopoliza la norma antropológica (definición inclusiva/exclusiva de lo humano), entonces su reverso negativo es la animalización de los no-occidentales. Omnis determinatio est negatio (Spinoza, Hegel, Marx). Sionismo, Lebensraum, “destino manifiesto”: si la democracia humanista –hoy democracia (neo)liberal como Lebensraum– monopoliza la producción de mundo de la vida (cosmogénesis, antropogénesis), entonces su reverso negativo o sacrificial es la necropolítica y el genocidio (producción de mundo de la vida como obra de muerte –work of death).
El espíritu –“en nombre del cual” se sacrifica a los animales– parece constituirse modernamente en la equivalencia entre significación y valor: el eje euro-norteamericano centrado en el Atlántico –hoy en medio de un turbulento y desafiante reacomodo intra-imperial del capital global, con otros actores relevantes–, como “democracia occidental” (neo)liberal, militarizada y espectacularizada, propugnando y defendiendo sus valores socio-políticos (soberanía excepcionalista y gobierno económico), estéticos (más o menos sublimados entre lo fenotípico y lo cultural, entre el suprematismo de la blancura y la axiomática de la blanquitud), cristianismo (más o menos sublimado entre lo cultural y el ethos culpógeno), racionalidad tecnocientífica y libertad de empresa capitalista. (6) Esos serían algunos de los rasgos más generales del consenso dentro del cual se mueve el imaginario y la gubernamentalidad de la democracia occidental, la constitución de su constitución. Todo esto se encuadra, por supuesto, como una lucha por la hegemonía mundial de los valores. En su prefacio de 2003 a su libro de 1978, escribía Said:
Incluso con todos sus terribles fracasos y su deplorable dictador (que fue en parte creado por la política estadounidense hace dos décadas), si Irak hubiera sido el mayor exportador mundial de plátanos o naranjas, seguramente no habría habido guerra, ni histeria por las armas de destrucción masiva misteriosamente desvanecidas, ni el transporte de un enorme ejército, marina y fuerza aérea a 7.000 millas de distancia para destruir un país escasamente conocido incluso por los estadounidenses educados, todo en nombre de la “libertad”. Sin un bien organizado sentido de que esta gente de allá no son como “nosotros” y no aprecian “nuestros” valores –el núcleo mismo del dogma orientalista tradicional tal como describo su creación y circulación en este libro– no habría habido guerra. Así, en el mismo sentido que los académicos profesionales pagados y alistados por los conquistadores holandeses de Malasia e Indonesia; por los ejércitos británicos de la India, Mesopotamia, Egipto y África occidental; y por los ejércitos franceses de Indochina y el norte de África; asimismo lo hicieron los asesores estadounidenses del Pentágono y la Casa Blanca, utilizando los mismos clichés, los mismos estereotipos degradantes, las mismas justificaciones del poder y la violencia (después de todo, dice el coro, el poder es el único lenguaje que entiende esta gente). A ellos se ha unido ahora en Irak todo un ejército de contratistas privados y ávidos empresarios a quienes se les confiará todo, desde la redacción de libros de texto escolares hasta la constitución o remodelación y privatización de la vida política iraquí y su industria petrolera. Cada imperio ha dicho en su discurso oficial que no es como los otros, que sus circunstancias son especiales, que tiene la misión de ilustrar, civilizar, traer orden y democracia, y que usa la fuerza sólo como último recurso. Y, lo que es aún más triste, siempre hay un coro de intelectuales dispuestos a decir palabras tranquilizadoras sobre imperios benignos o altruistas, como si uno no debiese confiar en la evidencia de los ojos que observan la destrucción, la miseria y la muerte provocadas por la última mission civilizatrice. (7)
Respecto de la materialidad de la matanza –de gazatíes en primer término, por la deshumanización discursiva de los palestinos y la práctica genocida aquí en cuestión, pero también de israelíes y extranjeros, y de animales no humanos, pues todos hacen parte del mismo lienzo de batalla–, detengámonos un momento en una frase de Said relativa al negacionismo del genocidio: “como si uno no debiese confiar en la destrucción, miseria y muerte que ven los propios ojos”. El negacionismo descansa en un régimen de visibilidad y decibilidad. Respecto de la materialidad del exterminio, se podría decir que éste no ha sido “proporcional” al atentado de Hamas del 7 de octubre de 2023, pero si consistente en relación con la desproporción del exterminio que sistemática y consistentemente ha realizado el gobierno sionista israelí en Palestina a lo largo de varias décadas –en función de la limpieza étnica, (8) la represión de las revueltas y la “retaliación” de los atentados de la resistencia armada a la ocupación. Respecto de esto último, hace pocos días atrás, Claudio Aguayo, a propósito de una observación política que hacía Lev Trotski, a saber, que en la guerra los métodos son simétricos, pero no necesariamente las partes beligerantes –es decir, todos los métodos son simétricamente atroces, pero las relaciones de poder pueden ser cualitativamente asimétricas, de opresor-oprimido–, formulaba la cuestión así: que en la guerra no hay unos buenos con métodos malos y unos malos con métodos malos, que ese maniqueísmo sólo sirve para rescatar a los opresores cuando repentinamente son golpeados y que, además, escamotea el hecho de que la lástima mundial por los cuerpos israelíes y el silencio sobre los cuerpos palestinos es inconscientemente equivalente a decir que los cuerpos blancos nos deben doler el doble.
Respecto de la consistencia y sistematicidad del genocidio, en esta coyuntura incluso la problemática pregunta por la “intención” o no de genocidio por parte del comando político-militar se ve prístina: no se trata de una mera asignación de intención (en el sentido paranoico del derecho securitario o del delirio conspiracionista), sino de su declaración explícita en clave teológico-necropolítica: la escena de Benjamin “Bibi” Netanyahu revisitando la retórica de Amalek para justificar bíblicamente la operación militar y el sacrificio de los enemigos de su dios y su pueblo). (9) Pero a pesar de todos los hechos y declaraciones de los propios genocidas, aún proliferan en la discusión universitaria, si no el silencio, ciertas expresiones de negacionismo –tal como se deja ver, por ejemplo, en la discusión en Francia entre Didier Fassin (que usó el concepto de “genocidio” para referirse a la campaña israelí) y Eva Illouz (que planteó que cabía más bien hablar de “crímenes de guerra”, pues el genocidio implicaría la “intención de exterminar”, cosa que según ella no ha habido en este caso). (10) Jürgen Habermas –prohombre de la “teoría crítica”, la “esfera pública” y la “unidad” europeas–, por su parte, en una carta firmada junto a otros intelectuales alemanes, plantea que la situación actual ha sido “creada” (geschaffen, created) por “la atrocidad extrema de Hamás y la respuesta de Israel a eso” (como si los palestinos no hubieran sufrido más de setenta años de limpieza étnica y desplazamiento forzado, ocupación de territorios, configuración de campos de concentración, bloqueo económico, asedio por tierra y por mar, masacres regulares y represión cotidiana en estado de excepción); sostienen, además, que “los criterios de juicio (Maßstäbe der Beurteilung, standards of judgement) fallan por completo cuando se atribuyen intenciones genocidas a las acciones de Israel”. Habermas y los demás firmantes aparecen “en solidaridad con Israel y los judíos en Alemania”, preocupados por el “antisemitismo” desatado por las acciones de Israel (como si el genocidio palestino no fuera un antisemitismo), (12) y por la amenaza que se cierne sobre los valores occidentales de la democracia y los derechos humanos; pero ni una palabra sobre la matanza de palestinos. A lo más, apuntan a que el modo “cómo se llevan a cabo estas represalias, que en principio están justificadas, es objeto de un debate controvertido”, pero en lugar de cuestionar el modo, se ponen a recitar –como si se cumplieran– los “principios rectores de proporcionalidad, la prevención de víctimas civiles y la realización de una guerra con perspectivas de paz futura” (incluso si dejamos de lado la lógica policial-civilizacional de “pacificación” aquí en juego, resulta ingenuo pensar que la actual matanza dejará como saldo la “paz” para las próximas décadas). En esta retórica, el desplazamiento a las cuestiones formales de principio es, precisamente, lo que invisibiliza el histórico sufrimiento y exterminio de los cuerpos palestinos (lógica de la desaparición, máquina de borradura). Tal como ocurre en la estética fascista, la que en función de su (re)invención del cuerpo (sujetos, cuerpos sociales) abunda en formas y símbolos, al tiempo que borra el sacrificio de la carne.
En este sentido asistimos a la conversión de la “esfera pública” en un espacio de propaganda en contexto de guerra permanente: el liberalismo deviene neofascismo –en su figura de fascismo neoliberal– y la “acción comunicativa” coincide con la propaganda de la “democracia” como dispositivo representacional ocupado por la máquina de guerra neoliberal –que se autoafirma como “Occidente” y tiene una de sus puntas de lanza en el proyecto racista y teológico-necropolítico del Estado sionista de Israel. En ese sentido, también, en relación con el aparente desconcierto que produce la actitud de la “comunidad internacional” frente a lo que pasa en Gaza –silencio activo, negligente diligencia–, (13) recuérdese Ruanda 1994 y Srebrenica 1995, entre otros episodios. Y es que el racismo y el fascismo no son algo que le pasa al “Occidente democrático y liberal” como un mero accidente histórico, sino que son inherentes a la lógica en que tal entidad geopolítica y cultural se autoafirma como tal: el racismo y el fascismo están implicados en su propia lógica humanista y civilizacional, pues el racismo como reverso sacrificial del humanismo, y la cerradura policial de mundo que es el fascismo, son inherentes a la teleología del progreso civilizacional (“democracia occidental”, “democracia para judíos”, en distintas escalas, se copertenecen en cuanto lógicas de inclusión/exclusión y vocación hegemónica). (14)
De modo que el escenario es ominoso. Parte decisiva de la comunidad internacional sustenta “en principio” el genocidio de manera clara y profusa, ya sea por acción u omisión. Quienes biempensantes y humanistas envían discretas cantidades de cajas y dinero de “ayuda humanitaria” a Palestina y abogan en los foros políticos internacionales por la paz, no dejan al mismo tiempo de abastecer la máquina de guerra de exterminio manteniendo la vigencia o potenciando descomunales contratos tecnológico-militares con Israel –el humanismo abastece la catástrofe, y los humanistas se limitan a hacer control de daños acompañados de asistencia humanitaria, sin cuestionar su propia imaginación y ecología política. Los contratos tecnológico- militares no se suspenden “por razones de seguridad”, se dice. Pero hoy más que nunca es evidente que vivimos en un mundo donde resulta que, a mayor “seguridad”, mayor es el terror. Y así nos toca testificar de uno de los genocidios más terroríficos de la historia, apoyado por el “Occidente de la democracia y la libertad” –una vez que el dispositivo representacional de la democracia hegemónica ha sido ocupado por la máquina de guerra neoliberal (lo que antes era extrema derecha, ahora ocupa el “centro” político, en el lenguaje de las “batallas culturales”).
El Ejército israelí intensifica los bombardeos, los tanques han entrado en Gaza y hay un corte total de internet y las comunicaciones. El mundo es testigo de un genocidio colonial –que hoy se intensifica, pero que hace décadas no deja de ocurrir, absolutamente naturalizado. La llamada “comunidad internacional” (es decir, la oligarquía internacional occidental liderada por la máquina gubernamental estadounidense) no sólo es testigo, sino que apoya al Estado de Israel en su carnicería. Europa, reducida a parque temático, a la zaga de todo y autodestruyéndose, no hace más que caer y caer. Con esto el siglo XXI comienza a conocer lo más profundo de su ignominia. “Libertad”, “democracia”, “civilización”, todos los conceptos modernos que sostenían el imaginario político “occidental” hoy no son más que cáscaras categoriales que arden en la barricada de la historia –de esa temporalidad cuya figura como “progreso” (avance de la evangelización sobre el paganismo, avance de la civilización sobre la barbarie, avance de la democracia neoliberal sobre la tiranía y el subdesarrollo) hoy se revela como un dispositivo de jerarquización sacrificial de la vida, como devastación incondicionada,
como nakba.
Autores:
Gonzalo Díaz-Letelier, filósofo chileno, Department of Hispanic Studies de la Universidad de California Riversidees.
María Emilia Tijoux, Dra. en Sociología, Universidad Paris 8. Profesora Titular del Departamento de
Sociología de la Universidad de Chile.
Referencias:
(1) A pesar de que una de las violencias simbólicas en juego es la reducción de la nakba palestina a cifras descarnadas, no podemos dejar de registrarlas. Al día 24 de noviembre (día 49 de la asonada israelí), según Euro-Med Human Rights Monitor, el saldo es de 20.031 asesinados (16.460 civiles: 8.176 niños, 4.112 mujeres), 36.350 heridos, 1.730.000 desplazados, y un descomunal arrasamiento de la infraestructura urbana, destrucción de
instalaciones industriales, ataques a hospitales, escuelas y medios de prensa.
(2) Pablo Larraín (dir.), “Tony Manero”, Fábula Prodigital Producciones, Chile, 2008.
(3) Edward Said, «Representations of the Intellectual. The 1993 Reith Lectures», Vintage Books, New York, 1996, p.
100-101.
(4) Foucault tematiza la cuestión de la parrhesía entre el curso de 1981-1982, «La hermenéutica del sujeto» (1981-1983), como un asunto ético relativo a las prácticas de dirección de conciencia y las técnicas del cuidado de sí; más tarde la abordo como asunto político ligado al nacimiento de la democracia, en los dos últimos cursos del Collège de France, «El gobierno de sí y de los otros» (1982-1983) y «El coraje de la verdad» (1984), así como en un seminario que impartió en Berkeley, publicado con el título «Discurso y verdad» (1983).
(5) Elizabeth de Fontenay, «Le silence des bêtes. La philosophie à l’épreuve de l’animalité», Fayard, París, 1998, p. 209.
(6) Claudio Aguayo, “El odio a los palestinos: Slavoj Zizek, el orientalismo y la masacre”, en Ficción de la Razón, 3 de noviembre de 2023 (https://ficciondelarazon.org/2023/11/03/claudio-aguayo-borquez-el-odio-a-los-palestinos-slavoj-zizek-el-orientalismo-y-la-masacre/).
(7) Edward Said, «Orientalism», Penguin Modern Classics, London / New York, 2003, pp. xv-xvi.
(8) Cfr. Ilan Pappé, «La limpieza étnica de Palestina», traducción del inglés al español por Luis Noriega, Editorial Crítica, Barcelona, 2008.
(9) En la noche del 28 de octubre, tras tres semanas de iniciada la campaña contra la Franja de Gaza, el primer ministro del régimen de Israel, Benjamin Netanyahu, intentó justificar sin pudor el horror calificando al Movimiento de Resistencia Islámica de Palestina (HAMAS) como la repetición de Amalek, la tribu bíblica que, según los libros sagrados, Dios les ordenó aniquilar. Los versículos citados por Netanyahu (del Deuteronomio y de Samuel, libros de la Torá judía y del Antiguo Testamento cristiano) son de los más violentos y tienen una larga historia de ser instrumentalizados por los sionistas para justificar la matanza de los palestinos. Cfr. Deuteronomio, 25:17: “Tú debes recordar lo que Amalek te ha hecho (…), nosotros demos recordar”; “Borrarás la memoria de Amalek de debajo del cielo. No olvidarás”; y Samuel 15:13, pasaje en que Dios ordena al rey Saúl matar a toda persona en Amalek, una nación rival de los antiguos judíos, y destruir totalmente todo lo que les pertenece: “Ahora ve y ataca a Amalek, y destruye por completo todo lo que tienen y no los perdones. Pero mata al hombre y a la mujer, al niño y al lactante, al buey y a la oveja, al camello y el burro”.
(10) Ver Didier Fassin, “Le spectre d’un génocide à Gaza”, en sitio electrónico AOC, 1 de noviembre de 2023 (https://aoc.media/opinion/2023/10/31/le-spectre-dun-genocide-a-gaza/); y Eva Illouz, “Genocide in Gaza? Eva Illouz replies to Didier Fassin”, en sitio electrónico K., 16 de noviembre de 2023 (https://k-larevue.com/en/genocide-in-gaza-eva-illouz-replies-to-didier-fassin/).
(11) Nicole Deitelhoff, Rainer Forst, Klaus Günther & Jürgen Habermas, “Grundsätze der Solidarität. Eine Stellungnahme”, en Research Center “Normative Orders” at the Goethe University Frankfurt, 13 de noviembre de 2023 (https://www.normativeorders.net/2023/grundsatze-der-solidaritat/).
(12) Mauricio Amar, “El antisemitismo de Israel”, en Revista Disenso, Santiago de Chile, 31 de octubre de 2023 (https://revistadisenso.com/el-antisemitismo-de-israel/).
(13) Aunque frecuentemente, junto con este activo silencio o inacción, también se da un desdoblamiento en el comportamiento de los “líderes” de los países inscritos en tal “comunidad internacional”: despliegan una performance declarativa humanista y biempensante que condena el bombardeo indiscriminado de civiles por parte del ejército israelí (o que incurre en la equivalenciación de todas las violencias, condenándolos “a todos”, como hizo el presidente chileno Gabriel Boric), propone soluciones osadas y manda “ayuda humanitaria”; pero, al mismo tiempo, en la práctica sustantiva mantienen vigentes los contratos con Israel para compra de armas debidamente “probadas en campo de batalla”… contra la población palestina. Durante estos días el caso de España ha salido a la luz; algo similar ocurre en Chile, que además compra esas armas para asediar colonialmente al pueblo Mapuche en el Wallmapu.
(14) Ver Alberto Toscano, “The War on Gaza and Israel’s Fascism Debate”, en Verso Books Blog, 19 de octubre de 2023 (https://www.versobooks.com/blogs/news/the-war-on-gaza-and-israel-s-fascism-debate); y Frédéric Lordon, “Totalitarian Catalysis”, en Verso Books Blog, 2 de noviembre de 2023 (https://www.versobooks.com/blogs/news/totalitarian-catalysis).