Hace un tiempo atrás, leyendo la Revista Transcultural de Música, me encontré con el artículo ¿Por qué música y estudios de performance? de Alejandro Madrid. Este, hace referencia a la discusión sobre la performance en la tradición de los estudios musicales: concretamente, ligada al acto de componer/ejecutar, estando el foco puesto en la música y lxs músicxs. Esta práctica no es extraña en un medio que, así como en muchas de las artes, tiende a primar aquella individualidad que busca el reconocimiento, la valoración y el éxito de la factura creativa.
Lo clave de la propuesta de Alejandro Madrid es que, desentrañando el mundo de lo performático, da un giro hacia el análisis de la música y sus implicancias en el entorno. La etnomusicología, por ejemplo, ha dado pasos importantes en auscultar el ambiente cultural como soporte de la composición/interpretación, así como de la interacción entre la expresión musical de todo tipo y la comunidad que reacciona ante ella. La performance, entonces, es un campo más amplio de entendimiento del sentido, los efectos y la política del quehacer musical.
A partir de este artículo, indagué en otros autores este nuevo ángulo de la performance para comprender mejor la música misma. Encontré una propuesta de Carlos Silva Vega en Algunas perspectivas analíticas sobre la performance de jazz actual en Santiago de Chile (Revista Musical Chilena, volumen 56). Él apunta a los elementos de la performance en el jazz, tales como «la transformación de existencia y/o conciencia y la intensidad de la performance», la que se refiere a la interacción entre actores y audiencia durante toda la realización, hasta desembocar en el llamado trance. También leí el análisis de Álvaro Menanteau en Percepciones y recepciones del jazz en Chile (Cátedra de Artes N° 6: 43-60 Facultad de Artes Pontificia Universidad Católica de Chile. Revista Transcultural de Música Nº 13), que pone la atención en la participación protagónica del espectador en el ambiente del jazz, buscando el sentido de la escena jazzística, especialmente en las audiencias.
En estos autores está presente la idea del ritual, el momento, el lugar y el sentido del jazz, tanto en quienes interpretan como en los espectadores. Hay códigos propios y compartidos, conforme a esos factores, que permiten vivir una experiencia jazzística completa. Entonces, ¿qué rol juega el espectador/audiencia en esta escena? ¿Es una función pasiva en el marco de su presencia y participación? O bien, ¿manifiesta el espectador/audiencia, tomando el concepto de Giorgio Agamben, una potencia constituyente para construir una nueva escena que supere el protagonismo hegemónico de la composición/interpretación de lxs músicxs?
Jacques Ranciére, en su libro El Espectador Emancipado, nos entrega una interesante reseña de la actitud de la audiencia en la escena teatral, donde enfatiza que “el espectador debe ser sustraído de la posición del observador que examina con toda calma el espectáculo que se le propone”. En esta emancipación, “los espectadores ven, sienten y comprenden algo en la medida en que componen su propio poema, tal como lo hacen a su manera actores y dramaturgos, directores teatrales, bailarines o performistas”. Espectadores emancipados no serían tales en una relación de desigualdad en la escena.
La mirada novedosa de la performance en la música, y en particular en el jazz, nos lleva a ubicar al espectador como factor de la representación social de la sonoridad, y a la vez un actor artístico-político en medio de la escena, donde éste es también el hecho artístico, parte protagónica del espectáculo, generando, desde su nueva posición una representación de la representación propia y singular. El performance jazzístico abordaría nuevas estéticas, éticas y políticas, tanto en un club de jazz como en una concentración multitudinaria con intención electoral. Y aquí está lo hermoso y revolucionario a la vez: el arte trabaja ahora en las huellas de lo ingobernable, como decía Néstor García Canclini.
Quizá llegue el momento de asumir un territorio sin barreras donde músicxs y espectadorxs se temporalicen, pongan en ejecución sus cuerpos, y se cree un hecho común con significado y consecuencias, donde algo sucede. Esto no es más que comprender la función social de la música y la escena jazzística, donde quien ejerce la composición/interpretación, no es más activo, crítico y discursivo que quien está en su butaca con un café o una cerveza en sus manos.
Por todo esto, me parece importante la pregunta de Alejandro Madrid, ¿qué pasa cuando la música sucede? Parafraseándola ¿qué pasa cuando el jazz sucede? Bien, pasan muchas cosas. Por lo pronto, no necesariamente nada pasa. Mirar la performance del jazz nos alentará las ganas, entre todos los actores de la escena, para percibir y sentir que mutuamente nos transformamos y transformamos el entorno a la vez. Ya consultaremos a músicxs y espectadorxs algunas consecuencias concretas de esta transformación.
Antonio Hernández
Director de Jazzística SpA
Texto publicado originalmente en DirectMusic Magazine
https://www.directmusiccollective.com/magazine/