Las fuerzas desbloqueadas el pasado 18 de octubre son la cristalización de un largo proceso de acumulación de frustraciones y desencantos, así como también la vindicación de una larga historia de luchas y opresión, en palabras de Walter Benjamin “un pasado cargado de tiempo actual”.
Esta desarticulada descarga energética -a pesar de los múltiples intentos reaccionarios de situar su punto de irradiación en Venezuela, Cuba u otro agente extranjero- debido a lo heterogéneo de su composición y a lo múltiple de sus demandas -más o menos estructuradas, más o menos impulsivas, pero jamás ilusorias- fundamenta su poder, su encanto y su duración en la ausencia de un locus de organización central. La mera recuperación del espacio público -no virtual, no mediatizado- sin más articulación que un ‘nos cansamos’, y su consecuente deseo de transformación radical, desbordó todo margen institucional y se ha mostrado inasible a cualquier ideal regulatorio y cualquier intento cooptativo.
Octubre es el agravio a los valores ilustrados declarados por los apologetas de nuestras democracias liberales: frente a lo que Ramón Grosfoguel definió como ego-política -agentes produciendo verdades desde un monólogo interior consigo mismo sin relación con nadie fuera de sí- octubre propone un saber social asentado en el reconocimiento de la pluralidad, fruto de un ejercicio dialógico entre personas que se perciben, al menos por un momento, como iguales.
Octubre es la invitación a dejar de pensar la política como oferta e interpretación de las masas y comenzar a considerarla como una actividad que trabaja con insumos de producción colectiva. Octubre es la marea humana, casi sin contacto individual previo, preguntándose ¿qué es lo que tenemos en común? y ¿qué es lo que nos une, en este momento y en este lugar?
Octubre es el resurgir de aquel espacio de producción colectiva, de congregación de ideas a partir de una horizontal comunicación con lxs otrxs. Y es que el pueblo jamás podrá definirse a priori, independiente de su emergencia en el espacio común: la masa heterogénea cobra identidad, comienza a definirse, cuando confluye y se pregunta ¿Por qué estamos acá? Octubre es la desvergüenza por reconquistar el espacio que desde la dictadura se nos indicaba clausurado: el de la asamblea de vecinos, el de la sede de barrio, el del cabildo abierto, el de la reunión en la plaza, el del debate en el transporte público y el de los movimientos sociales en general, que conquistaron el derecho a participar en la construcción de la sociedad que sueñan y merecen.
En respuesta a la prepotencia de un gobierno impermeable a cualquier participación y contribución por fuera de sus cuatro paredes, octubre nos recuerda la necesidad de entender la democracia como un entramado de construcción conjunta, un espacio de diálogo y aprendizaje permanente, pero sobre todo como aceptación de un mundo heterogéneo que concibe la diversidad social no como un juego de suma cero, sino al contrario, como complemento indispensable en la búsqueda de las mejores soluciones para una comunidad.
Esto es octubre. Soy octubrista.
Carlos Montecinos
Politólogo
Investigador y profesor invitado Universidad de Buenos Aires
Docente de la Universidad Abierta de Recoleta
Fotografía: Carlos Vera