Una de las inspiraciones más tempranas del movimiento estudiantil latinoamericano, iniciado por los estudiantes de Córdoba en 1918, fue la preocupación por difundir el conocimiento universitario. La famosa imagen de la ‘torre de marfil’ tenía especial fuerza en nuestra región, marcada por una historia de oposición profunda entre la alta cultura y la cultura popular, donde la universidad parecía haber estado, hasta ese momento, del lado del mundo ilustrado.
A comienzos del siglo XX, los primeros estudiantes movilizados reclamaron que lo que se aprendía en la sala de clases no tenía impacto verdadero en la sociedad, ni llegaba a los pueblos a los cuales esas instituciones dedicaban, en principio, su misión. Ese fue el inicio de los programas de extensión que hasta hoy persisten en nuestras universidades, pero también de iniciativas que se introducían en la tradición de las universidades populares, orientadas a la educación complementaria de adultos y de aquellas personas que no habían podido pasar por las aulas de la educación superior. Algo que, hasta hace muy poco tiempo, correspondía a la experiencia de la mayor parte de la población. Es en esa misma tradición donde parece querer insertarse el proyecto de Universidad Abierta que presentó el alcalde de Recoleta, Daniel Jadue. Al menos, según la información disponible hasta ahora, su objetivo es ofrecer una plataforma de intercambio de conocimientos y saberes para formar ciudadanos críticos e informados, al tiempo que colaborar en el desafío de que la producción científica “se involucre en la solución de problemas” que afectan la vida cotidiana de las personas.
Sin duda que en esto consiste parte fundamental de la misión de las universidades. La investigación de alto nivel en la que hoy se mueven académicos de las distintas disciplinas está inspirada en los grandes problemas que enfrentamos como sociedad, y tenemos pruebas acerca del esfuerzo que muchos realizan para que sus conclusiones logren impactar en las realidades que estudian. Sin embargo, la complejidad de esa misma producción y sus elevados costos hacen muy difícil pensar que la tarea de difundirla y aplicarla puedan emprenderla las universidades en solitario. Es fundamental, entonces, contar con espacios de mediación y colaboración, dentro de los cuales uno podría esperar que el proyecto de la comuna de Recoleta sea un aporte.
Pero en vez de plantearse esta reflexión, hemos asistido a un apresurado juicio por parte del Ministerio de Educación (MINEDUC) frente a la posible irregularidad de la iniciativa, sin mencionar las reacciones escandalizadas de algunas figuras en medios y redes sociales. Aunque las dudas puedan ser justificadas, la actitud hasta ahora ha sido algo mezquina. Enfocados principalmente en tecnicismos legales, parecen haber renunciado a la pregunta de si en proyectos como este podríamos encontrar nuevos mecanismos para ampliar el acceso a un conocimiento que, bien sabemos, en la sociedad de la información es cada vez más relevante. Asimismo, tampoco alcanzan a ver que los saberes no se producen exclusivamente en las universidades, y que este tipo de plataformas pueden ser ocasión para que ellos se desarrollen. Desde luego, es plausible estar en desacuerdo con los contenidos o premisas sobre los cuales se levanta este proyecto, diferencias legítimas que sin embargo no son suficientes para invalidarlo. Correspondería además ser honestos al explicitar la verdadera naturaleza de su rechazo, algo que por lo demás podría ayudar a generar un debate más interesante (y necesario).
Quizás valga la pena en esta discusión recordar la manera en que el sociólogo Pedro Morandé presentaba la misión de las universidades: ser un lugar de resguardo y cuidado de una tradición de saberes que, sin embargo, no le pertenece. La universidad ocupa un papel insustituible en la generación de conocimiento a partir de la observación sistemática y metódica de la realidad, pero no es ella la que crea en última instancia el saber. En ese sentido, no tendríamos por qué mirar con sospecha la aparición de una iniciativa que intenta hacerse parte del desafío de cultivar y expandir ese saber. Tomar conciencia de que se trata de una empresa común puede ser incluso una forma de aliviar el peso de instituciones hoy sumamente sobrecargadas, pero sobre todo, una oportunidad para multiplicar los espacios de encuentro y difusión entre los distintos saberes que componen nuestras sociedades plurales. O, al menos, para empezar a conversar acerca de ellos. Por ahora, habrá que ver si el proyecto de Recoleta logra estar a la altura del desafío que se ha planteado.
Josefina Araos
investigadora del Instituto de Estudios de la Sociedad
licenciada y magíster en Historia por la Pontificia Universidad Católica de Chile