Diciembre de 2021 arremete con la sorpresa -y alegría para mí- de que ‘tenemos ya un presidente joven’, y que el ruego de León Gieco del ‘queremos ya’ en Los Salieris de Charly, al menos en Chile, está cumplido. Recordé, en medio de mi algarabía, la humorada de Dizzy Gillespie en 1963, quien representando al Partido Demócrata, quiso ser presidente de Estados Unidos. El padre del ‘bebop’ no pretendía solo entretenerse, sino que su intención era poner de relieve los asuntos trágicos que acontecían en ese país: el racismo, la discriminación, la falta de pluralismo y la odiosidad por la diversidad. Una sociedad donde la cultura estaba politizada desde la hegemonía blanca y la falta de derechos y garantías para su progreso excluía el aporte de todos los pueblos e identidades. Entonces, su propuesta de cambiar el nombre a la Casa Blanca por el de la Casa del Blues, hacía estallar mil posibilidades de transformación. El reino capitalista estrujaba los cuerpos americanos en torno a la alienación del trabajo y del dinero, ocultando sus espíritus, en medio de la ilusión de su gente de que eran el imperio del mundo.
No fue menor, en mis reflexiones celebrativas del 56% de respaldo al nuevo presidente, observar que millares de artistas jugaron un rol fundamental en instalar en campaña temas locales con tanta sintonía con el candidato Gillespie. La cultura y el arte inspiran pueblos, ponen de relieve las tragedias y conflictos nacionales, lubrican el espíritu y lo alinean con el triunfo político. La música, las artes escénicas, visuales, audiovisuales, las expresiones locales, entre tantas otras, ofrecen a las sociedades reconocer su historia y alentar vanguardias para más libertades y justicias.
Con todo lo anterior, repasé el programa de cultura del gobierno que se instalará el 11 de marzo del próximo año. Debo decir que falta más; que le falta esa realidad de espíritu juvenil que anime de verdad a quienes va dirigido. Me atrevo a sugerir unos breves trazos de atención desde la cultura jazzística y su espíritu.
Antes propongo recordar la certera valoración que hace UNESCO del jazz: «No se trata tan solo de un estilo de música, sino de que el jazz contribuye también a la construcción de sociedades más inclusivas». ¿Por qué? Más allá de sus estilos, la síncopa y su estallido creativo, el jazz rompe barreras y crea oportunidades para la comprensión mutua y la tolerancia; es una forma de libertad de expresión, y simboliza la unidad y la paz; reduce las tensiones entre los individuos, los grupos y las comunidades; promueve la innovación artística, la improvisación y la integración de músicas tradicionales en las formas musicales modernas; y estimula el diálogo intercultural y facilita la integración de jóvenes marginados.
El programa de Gabriel Boric asume la cultura como «pilar fundamental de la vida y el desarrollo humano, para asegurar el acceso y participación activa de las personas a lo largo del país, con diversidad e interculturalidad, y guiar nuestro actuar según el reconocimiento del carácter plurinacional de Chile que esperamos se plasme en la nueva Constitución». En esta definición política, urge encontrar los engranajes para darle ánimo, y no solo funcionalidad y funcionamiento a tal ideario. Desde mi mirada, es clave profundizar la idea de la cultura como pilar fundamental de la sociedad. Recogiendo el espíritu jazzista, solo podremos considerar el concepto pilar si es capaz de romper las barreras que crea la subvaloración de la cultura y el arte como expresión profunda del sentir y del hacer de los pueblos que habitamos el país. Quebrar tal subvaloración dependerá de la creación mutua y la tolerancia, es decir, de una cultura que fomente el respeto entre las gentes. Una ley específica quedará corta o perderá su validez si solo nos preocupamos de ponerla en acción bajo una institucionalidad o un presupuesto determinados.
La alianza entre el Estado y la sociedad civil propuesta en el programa para fomentar y valorizar la cultura y las artes tampoco deberá someterse a la posibilidad de estos recursos onerosos. La actitud jazzística nos compromete a una forma de libertad de expresión donde, en escena, la música abre espacios al pensar, el decir y el hacer del factor creador. Esta alianza, necesita articular la manera de expresar la libertad para que sea, en consecuencia, libertad de expresión. Pareciera que en el programa en cuestión, una buena alianza llevaría a garantizar condiciones básicas dignas al sector cultural y artístico. Sin embargo, es sustancial la especificación de esto, y siguiendo al sociólogo Richard Sennet, quien indica que el respeto en la sociedad es escaso, hay que enfocarse en la dignidad del cuerpo y la dignidad del trabajo, para que las experiencias de las personas estén asociadas a cuidar de sí, a hacer algo por sí mismas y ayudar a los demás. La alianza deberá enfocarse en el carácter solidario de construir una nueva realidad cultural y artística.
Particular importancia tiene en el programa del próximo presidente la preocupación por las transformaciones democratizadoras en la institucionalidad actual del sector cultura, que permita la circulación de saberes y conocimientos. Pero ¿cómo? Nuevamente, el espíritu y la práctica jazzista nos dan una pista cuando genera, en escena, una suerte de democracia participativa (no representativa) en la medida que se han practicado códigos corporales y textuales reconocidos en la experiencia cotidiana del conjunto de musicantes. Códigos no escritos, sino ejercitados, una y otra vez, capaces de crear una aventura conjunta que reduce las tensiones del medio. Innovación, improvisación e integración llegan por doquier. Asimismo llega el respeto desde la interculturalidad y la plurinacionalidad. Por tanto, democratizar la institucionalidad es recorrer una experiencia conjunta de alianza, tan aventurera como disruptiva, en torno a la participación de todos quienes son incumbentes, pero también con quienes lo son desde otro ángulo o tienen el potencial de serlo: las audiencias.
Con estos elementos creo que es posible darle una vuelta operativa a los cuatro ejes funcionales del programa cultural del nuevo gobierno, en cuanto a los programas de cultura comunitarios, la transformación institucional y fiscal, la promoción del diálogo social vinculante y el trabajo por una educación artística integral e intercultural. Amén de tantas otras urgencias del sector que vienen clamando desde los tiempos dictatoriales y neoliberales.
Una nueva democracia para una nueva cultura y nuevas artes se hará realidad cuando respetemos las posibilidades de todos, tal como lo hizo Dizzy Gillespie cuando soñó en su quijotada presidencial incluir en su gabinete a Ella Fitzgerald en Salud, Educación y Bienestar; Peggy Lee para el mundo laboral; Max Roach en el Ministerio de Defensa, Charles Mingus como embajador de la paz, Louis Armstrong en los asuntos de agricultura y Duke Ellington como el ministro de Estado. Ah, y lo curioso, a Miles Davis en la CIA y Ray Charles dirigiendo la Biblioteca del Congreso.
Antonio Hernández
Director Jazzística SpA
Publicado originalmente en DirectMusic Magazine
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