“El positivismo es la negación de la reflexión. La educación transformadora ha de ser en primer lugar, la recuperación de la experiencia de la reflexión” (Habermas, 1968)
La educación pública tiene o debiera tener como principal propósito, antes que nada, la formación ciudadana para el fortalecimiento y la profundización de la democracia, entendida ella no solo como un modo de representación política, sino principalmente como una forma de convivencia y expresión de las y los ciudadanos. De igual modo, la educación pública ha de procurar la formación de personas que, a partir de sus proyectos de vida, se proponen aportar al impulso del desarrollo nacional en sus más diversas expresiones.
Para que ello sea posible, la escuela y el liceo, así como las prácticas de las y los docentes, han de estar orientadas por un tipo de educación que asegure la inclusión y la diversidad. En otras palabras, la educación pública y la pedagogía que en ella se desarrolla, han de ser de inspiración laica, inclusiva, pluralista y auténticamente participativa.
Sin embargo, predominan en Chile prácticas autoritarias y excluyentes que hacen de nuestro sistema escolar, uno de los más segregados e inequitativos de la OCDE. Las mediciones internacionales y nacionales, de modo permanente, arrojan datos que permiten sostener aquello. El origen social de las y los estudiantes, es el principal predictor de los aprendizajes que alcanzan niñas, niños y adolescentes en nuestro país.
Es indudable que existen una serie de causas, muchas de ellas estructurales y otras tantas culturales, que explican esta situación. Una de ellas, es también indiscutible, responde a las prácticas que predominan en las aulas escolares y universitarias, en las que aún prevalecen metodologías de enseñanza que tienden a la reproducción de las formas de organización y de las condiciones de vida de las personas.
Las interacciones pedagógicas, la relación, el vínculo pedagógico entre estudiantes y entre docentes y estudiantes, responden predominantemente a un patrón adquirido por el sistema escolar chileno, derivado de la formación universitaria tradicional, caracterizado por la verticalidad, y muchas veces también el autoritarismo, de dichos vínculos.
En este escenario, las pedagogías transformativas, apuntan a la modificación profunda de las formas de enseñanza, optando por generar condiciones, procesos y capacidades que permitan la emergencia de nuevos roles, de nuevas interacciones, de nuevas formas de relación al interior de las comunidades educativas en general y entre docentes y estudiantes en particular.
Existen diversas expresiones y conceptualizaciones para este tipo de pedagogías: Pedagogía crítica; Pedagogía crítica latinoamericana; Pedagogías Queer; Pedagogía del Diálogo, entre otras. Todas ellas tienen en común un enfoque profundamente emancipador y democratizador de la escuela. Ellas propugnan el desarrollo de prácticas de aprendizaje-enseñanza basadas en el renacimiento y el diálogo auténtico entre quienes son parte de las comunidades educativas, en especial de quienes conviven al interior de las aulas.
Las Pedagogías Transformativas relevan la reflexión como eje articulador del aprendizaje y la relación entre la pedagogía, la práctica y el contexto socio-cultural y material en el que ocurre el hecho pedagógico. Promueven la búsqueda de respuestas originales y propias de las comunidades, a los problemas y desafíos que se enfrentan en cada escuela y en cada territorio educativo.