La cantidad de adultos mayores en Chile aumentó un 72% en los últimos veinticinco años. En 2018 superaron en número a la población menor de quince, y para los próximos años las proyecciones revelan que este número seguirá incrementándose.
En este escenario de mayor longevidad y número de adultos y adultas mayores, el cuidado de aquellos y aquellas con algún tipo de dependencia cobra gran relevancia. Según un informe del Ministerio de Desarrollo Social, el 19% de la población adulta presenta algún grado de dependencia funcional leve, moderada o severa; siendo las mujeres las principales afectadas. En la población de ochenta años y más, el 44,6% es dependiente, de los cuales un 16% presenta una dependencia severa. Por otro lado, a nivel general, la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional del año 2013 estableció que el 8,22% de la población de quince años y más es dependiente en algún grado, lo que equivale a más de un millón cien mil chilenos y chilenas.
En este contexto, el curso Atención y cuidado de adultos y adultos mayores con algún grado de dependencia de la Universidad Abierta de Recoleta, se transformó en uno de los más masivos, al recibir cada semana a una veintena de participantes, en su mayoría mujeres, quienes asisten motivados por diversas realidades: el cuidado que realizan actualmente de algún familiar, o bien son profesionales o técnicos del área de la salud que desean profundizar sus conocimientos en esta temática.
La encargada de dictar este curso es Sandy Pávez, técnico en enfermería y enfermera: “Estuve muy feliz cuando supe que había sido seleccionada porque es una oportunidad increíble. Los estudiantes están muy contentos, y es una gama súper amplia de personas. Yo era coordinadora de la carrera Técnico en enfermería de la Universidad Santo Tomás, y venía con esa base. Les dije que lo que yo les iba a enseñar era la base para todo, porque los cursos básicos no enseñan la técnica como tal, sino que enseñan a mudar al paciente, a cambiarlo de posición. Aquí aprenden control de signos vitales -que es básico-, punción intramuscular, incluso vocabulario técnico. Todo lo del técnico en enfermería reducido en ciento veinte horas”, comenta.
El lugar del cuidador
La salud tanto física como mental del cuidador o cuidadora es uno de los temas que Sandy trata en su curso. Si bien es fundamental manejar los conocimientos técnicos que permitan cuidar de mejor forma a quien tienen a su cargo, es enfática al señalar que el cuidador o cuidadora debe ser capaz de buscar apoyo y redes que le permitan mantenerse saludable.
Cuidar a un adulto o adulto mayor con algún grado de dependencia implica un desgaste físico, social y mental inevitable en su cuidador o cuidadora. A nivel físico, pueden generarse o aumentar las cefaleas, el cansancio, el dolor en las articulaciones producido por el constante traslado o movimiento del paciente. En lo mental se ha identificado la presencia de depresión, trastornos del sueño, ansiedad e irritabilidad. A nivel social, el cuidador o cuidadora ve muy disminuido su tiempo libre, con el consecutivo aumento de la soledad y el aislamiento. Estos síntomas se reconocen en el llamado síndrome del cuidador, cuadro que afecta a buena parte de quienes dedican la mayor parte de su tiempo al cuidado de una persona con algún grado de dependencia. La última Encuesta de Dependencia de Personas Mayores indicó que el 44% de los cuidadores y cuidadoras encuestadas presenta algún síntoma depresivo, mientras que el mismo porcentaje tiene una sobrecarga ligera (19%) o intensa (25%).
“La salud mental del cuidador o cuidadora es compleja porque generalmente es un familiar, es un hijo o hija, un hermano, la pareja, generalmente mujeres. Los cuidadores que he conocido me dicen que preocuparse del paciente les sirve para prepararse mentalmente porque saben que en un tiempo más no van a estar. Pero por otro lado es una carga para ellos hacer este trabajo de forma constante, porque pasa que la mamá se enferma y tres hermanos trabajan y uno no, ese se hace cargo. Toda la carga se la lleva una sola persona: cuidar, mudar. ¿Y su vida? ¿Dónde queda su vida en ese sistema? Lo mínimo que hay que hacer es turnarse el fin de semana, que se lo den libre. El cuidador o cuidadora tiene que salir, tiene que distraerse. Por ejemplo, una persona conectada a ventilación mecánica requiere atención 24/7 y una sola persona no puede estar 100% dedicada al paciente”, explica Sandy.
Por otro lado, agrega la docente, “el cuidador o cuidadora tiene una carga a nivel económica muy grande porque no puede trabajar y, si está trabajando, generalmente termina dejando el trabajo porque ambas cosas no son compatibles”. Si bien la carga derivada del trabajo de los cuidadores y cuidadoras no es un misterio, la política pública está al debe. Sandy señala que “hace falta un programa dedicado al cuidador, porque mucho se habla del paciente, de los beneficios para ellos, pero ¿dónde queda el cuidador? El test Zarit mide la sobrecarga del cuidador, y generalmente les dicen: ‘usted está haciendo mucho esfuerzo’, ¡eso uno ya lo sabe! Y no les damos otra opción más que decirles que están sobrecargados. ¡Eso no puede ser!”.
La importancia de la empatía
Las reflexiones en la sala de clase giran en torno a estos desafíos. A la salud del cuidador, a la mejor forma de relacionarse con esos adultos o adultos mayores con dependencia, con su bienestar y cómo cuidarles de la mejor forma. “El cuidado es multidimensional y en las clases aprovechamos la diversidad cultural de los y las estudiantes para aprender cosas nuevas. Tengo estudiantes chilenos, haitianos, venezolanos, colombianos y peruanos. En una clase presentaron las frutas de su país y sus beneficios, para que también podamos incorporarlas en los cuidados a nuestros adultos y adultos mayores. Esa es parte de la riqueza de este curso. Por otro lado, son entusiastas y quieren cambiar las cosas, que se mejore el trato con los adultos y adultas mayores y que se tome conciencia que son importantes”.
Finalmente, para Sandy la clave a la hora de cuidar a una persona, sin importar su edad o condición de salud, es la paciencia. “No solamente para uno cambian las cosas, imagínate alguien que ha sido autónomo o autónoma toda la vida, ya no puede trabajar, no puede comer lo que le gusta si está enfermo, la plata no le alcanza. ¡Es mucha la frustración! Más allá de lo técnico, la empatía es fundamental. Conversar con ellos, salir a tomar un helado, darse quince minutos para preguntarles cómo están, ver una película juntos. Son cosas simples, muy simples, que pueden hacer una gran diferencia”.