La antropóloga, doctora en Antropología y Premio Nacional de Humanidades, Sonia Montecino, se suma al Instituto Plurinacional como miembro de su Consejo Asesor. En esta conversación entrega su punto de vista sobre la convivencia de las identidades que habitan en Chile, la necesidad de discutir sobre los derechos políticos de los pueblos originarios y la apropiación cultural, entre otros temas.
El miércoles 9 de septiembre se lanza el Instituto Plurinacional al alero de la Universidad Abierta de Recoleta y usted forma parte de él como consejera. ¿Cuál cree que es la relevancia de una instancia como esta?
Creo que es una instancia absolutamente necesaria y sumamente importante porque efectivamente no hay otras organizaciones que se dediquen a pensar esto, a formar en relación a lo plurinacional. Es una temática que no es debatida, no es conocida, incluso no es enseñada en ningún lado y estamos en este minuto en una coyuntura absolutamente especial que requiere de este tipo de instancias. Le doy una gran relevancia a la existencia del Instituto Plurinacional.
¿Cuáles son sus expectativas en relación al Instituto Plurinacional?
Creo que debe ser un espacio de un debate amplio, pluralista, porque lo plurinacional implica justamente la pluralidad y la diversidad. Creo que sobre todo ahora, pensando en el proceso constituyente, es fundamental que la ciudadanía esté informada sobre lo que significan los conceptos. Lo que ocurre normalmente en nuestro país es que hablamos de las cosas, decimos los nombres, pero están todos vaciados de contenido y la gente sabe muy poco. Entonces, son siempre las élites intelectuales las que dominan los saberes y quienes tienen en sus manos las definiciones, pero no hay algo amplio. Muchas veces la gente repite conceptos sin saber cuál, efectivamente, es el sentido profundo. Creo que un Instituto como éste tiene el deber de producir este conocimiento, pero por otra parte recoger la diversidad que existe respecto a las alternativas que hay con los pueblos originarios o primeras naciones, y también con los inmigrantes. Pienso que hay que abrir ese espacio de debate y escuchar mucho. Hay muchos y muchas intelectuales indígenas, dirigentes y dirigentas indígenas que tienen muchas ideas. Yo siento y espero que el Instituto sea este espacio que acoja a esta diversidad de miradas sobre lo que debe ser la plurinacionalidad. Algunos también hablan de multiculturalismo. Ahí hay un debate, son cosas que tienen que necesariamente debatirse y, como no hay muchos espacios, tengo la esperanza que el Instituto sea ese espacio.
Comentó al principio sobre lo que se nos enseña y lo que no. ¿Qué cree que ha hecho el Estado chileno para educar a la población chilena en torno a los derechos de los pueblos originarios?
Creo que muy poco. Cuando uno analiza, ve, sin dudas, que ha habido ‘avances’. Pero hay ramos que se eliminan, como Historia, por lo tanto, creo que eso es un símbolo muy relevante e importante de lo que es la supresión de una memoria y de un devenir de los pueblos originarios y que tiene que ver también con el devenir nuestro. Creo que hay un déficit completo de conocimiento y, lo que es curioso, es que ha habido durante veinte o treinta años una producción de historias, de relatos, de interpretaciones sobre lo que ha sido la conquista, lo postcolonial, tanto desde el punto de vista académico no indígena, como del mundo indígena, pero eso no está. Eso no aparece y no se refleja en ninguna parte, tampoco en las discusiones públicas. Hay un desconocimiento y una ignorancia que a mí, a veces, me aterra. ¿Por qué digo que me aterra? Porque si no tenemos conciencia de lo que ha sido el pasado, muy difícilmente vamos a poder proyectar el futuro y muy difícilmente vamos a poder entender el presente en el cual estamos entrampados. Pienso que esa sí es una labor fundamental, y no solamente con respecto a la historia de los pueblos originarios, sino que también la historia de las mujeres, de las disidencias sexuales, son todas cosas que permanecen en una invisibilidad de los programas de estudio que los niños, niñas y jóvenes tienen en este país.
Considerando que no existe reconocimiento constitucional de los pueblos originarios, que se conversa poco y se debate menos, ¿cómo debieran enfrentarse estos temas? Sobre todo de cara a la discusión constituyente.
Es fundamental. Cuando hablamos de plurinacionalismo, por ejemplo, de lo que estamos hablando es de la ampliación de la democracia. Estamos hablando de la ampliación de los reconocimientos de los derechos de los pueblos originarios. Pero también estamos hablando del reconocimiento de derechos colectivos. Entonces, esto significa que tenemos que re pensar, y por eso a mí me parece que estamos – o que vamos a estar, espero – en un momento súper importante, porque nos va a permitir mirarnos y decir ‘bueno, realmente esto es lo que nosotros queremos como identidad de destino y nos hemos puesto de acuerdo’. Una parte fundamental y clave son todos estos reconocimientos a estos pueblos y grupos marginados que no han podido expresar sus derechos políticos.
Se ha trabajado, se han intentado ciertas políticas públicas que apuntan fundamentalmente a los temas de la economía y a veces de la cultura. Pero el tema de los derechos políticos tiene que estar presente en este proceso constituyente y, en ese sentido, los escaños indígenas y, lo que decía antes, ser capaces de escuchar mucho y de ver cuáles son las distintas propuestas que tienen los propios pueblos para su desarrollo en la ampliación de la democracia. La gente se asusta porque cree que con el plurinacionalismo habrá otras naciones que se van a regir de otra manera, pero no. Lo que tenemos que entender es que debemos perfeccionar esta democracia, porque lo que ocurre es que con la democracia que tenemos – y esto no es solo en Chile, también sucede en otros países-, vemos lo que Salvador Millaleo señala como «democracia unitaria», que ha traído justamente lo que estamos viviendo: discriminación, desconocimiento y violencia, porque no se acepta la diversidad y creo que en Chile debemos ser capaces de emprender ese camino porque, en general, diría que hay una ceguera frente al otro, cualquiera sea el otro, sin importar dónde esté colocado. Pienso que este proceso constituyente nos va a hacer muy bien si lo encaramos así como lo estamos hablando.
Sobre la discriminación que menciona, hace algunas semanas fuimos testigos de una situación muy vergonzosa que sucedió en Curacautín. A lo largo de su carrera usted ha trabajado mucho sobre la identidad y el mestizaje, ¿cómo se puede explicar que, sobre todo en una zona como la Araucanía, haya chilenos y chilenas que se expresen de manera tan violenta?
Diría que estamos frente a un tema que es no reconocernos como mestizos. Esta chilenidad nuestra que es extraña porque, ¿de dónde somos?, ¿de dónde venimos? Cuando uno se hace esa pregunta muy simple, necesariamente tenemos que entrar en lo que hablábamos antes, en una historia que no está contada, o contada de una determinada manera, donde nosotros somos fruto de este cruce que es conflictivo, porque también durante muchos siglos ser mestizo era un estigma porque se tenía algo de sangre indígena, o mulata o negra. Se creó este ideal e imaginario de lo blanco chileno: ‘los chilenos somos blancos’, entonces teníamos que eliminar todo aquello que nos dijera que teníamos que ver con ese otro mundo. De hecho, si piensas en lo que fue la misma independencia, cómo miraban estos sujetos, nuestros padres de la patria, a los otros. En las fiestas que se celebraban en esa época se anulaba todo lo que tenía que ver con esta idea de mestizaje, que fue muy potente en Chile. Con esta negación, lo que ocurre es que no tenemos ganas de tener esa parte ahí, porque siempre fue marcado, estigmatizado, visto como inferior, como incivilizado, y esos estereotipos tú mismo los improyectas en tu propio proceso de mestizaje.
Esto se ha estudiado en países como Perú, y tiene que ver con lo conflictivo de lo mestizo, porque son dos cosas que están siempre pugnando. Uno sabe que lo tiene, pero no quiere reconocerlo. Ahí se producen una serie de fenómenos subjetivos y cuando uno piensa en esa violencia, creo que tiene que ver con este resorte de ‘también odio en mí eso que el otro tiene’ y, por lo tanto, la respuesta es la violencia porque es una manera de no elaborar esto que me conforma, que me construye. Se reacciona de manera violenta queriendo eliminar de uno eso que está allá, que lo tienen los mapuche, pero también somos mapuche. Creo que la violencia que ocurrió ahí es realmente es muy triste, porque los chilenos en general, no solamente los del sur, nos identificamos de alguna manera, nos dio pena porque nos vimos a nosotros mismos ejerciendo esa violencia. Hay un texto de Bernardo Colipan, poeta e intelectual huilliche muy importante, él habló y escribió un texto tratando de dar cuenta de este fenómeno y que esclarece mucho esto de lo que estamos hablando.
Por otro lado hay otro fenómeno que puede ser el contrapunto. Desde el 18 de octubre hemos visto una gran cantidad de personas que ha salido a las calles a manifestarse con la bandera mapuche. ¿Cómo se explica esto? ¿Estamos frente a una valoración o una revalorización?
Creo que ahí hay parte de la respuesta a la pregunta, cuando hablábamos de las dos o más partes que nos constituyen. Creo que hay un sector para el que el mestizaje es conflictivo, que no les gusta, que no quieren, que prefieren no conocer esa historia, pero está también esta otra parte que lo valora, que dice que hay que reconocerse también ahí porque, sin duda, hay una respuesta, hay demandas, y que no solo tienen que ver con reconocerse en, sino que también tiene que ver con la aceptación. Creo que una gran parte de la sociedad chilena, y así lo espero, tiene también esta aceptación de formar parte de una historia compartida y de una historia en la que todes, todos y todas hemos estado involucrados, aunque no lo queramos, entonces creo que eso explica mucho la presencia de las banderas mapuche. Por otro lado, también hay que entender un fenómeno que se ha producido y que muchos lo califican de new age, que en el fondo se miran solamente los aspectos culturales o simbólicos y muchas veces también los desgajan de la realidad, pero se sienten atraídos por eso. Se ve que hay algo que es rescatable, que es valorable, básicamente por su cultura y creo que eso también está presente también en las protestas: lo político, pero también la aceptación cultural. Creo que es más fácil la aceptación cultural que la aceptación política, porque la aceptación política implica decir: distribuyamos el poder de otra manera, y ustedes – que somos nosotros también – van a tener una parte en el manejo del poder. Pensando en esta idea de plurinacionalidad eso estaría presente. Ojalá se valorara mucho más la parte de los derechos políticos de los pueblos originarios.
Hace algunos días hubo una polémica en redes sociales, a propósito de un emprendimiento chileno que estaba publicitando unos pijamas cuyo diseño hacía referencia a los rituales selk’nam, y fueron acusados de apropiación cultural. ¿Cuáles son los límites, dónde están las fronteras entre honrar a un pueblo y apropiarse de esa identidad?
Esa es una gran discusión porque, por ejemplo, hay países como México donde se ha generado una legislación al respecto. Aquí tendríamos que preguntarnos lo que tú estás planteando, ¿cuándo se habla de apropiación cultural? Creo que el tema de la comercialización es fundamental, porque muchas de las apropiaciones que se hacen, y voy a poner el caso de las forestales, que no es una apropiación cultural como se entiende, pero es una apropiación de espacios territoriales. Entonces, ¿qué pasa ahí? Se apropian de esos espacios territoriales para producir ganancias, pero esas empresas forestales no tienen ninguna intención de compartir esas ganancias con las comunidades.
¿Cuáles son las fronteras? Estos aros que estoy usando son aymara y los hizo una artesana mestiza, entonces, la pregunta es: ¿esta mujer mestiza estaría apropiándose de la cultura o yo me estaría apropiando de la cultura porque le compré a esa artesana mestiza? Ni ella tiene una empresa ni lucra, ni yo me transformo en aymara por usarlos, pero lo valoro como una expresión cultural y me gusta poder exhibirlo, porque aquí hay un arte muy antiguo que transmiten las mujeres. Por ejemplo, ese sería el sentido para esto. Distinto es cuando esa persona que hace pijamas quizás es una pequeña emprendedora, o una gran empresaria, ¿quién es? ¿cómo lucra? ¿cuáles son los límites? Pienso que ese es un gran debate porque tiene que ver con los temas propiedad intelectual, pero va más allá, también hay otros tipos de apropiaciones que son muy complejas. En el caso mexicano hay toda una legislación que se hizo en torno a los huipiles y a los bordados, porque había una transnacional lucrando. Dentro del sistema neoliberal tú puedes llegar a negociaciones y en ese caso se hizo. Por ejemplo, compartir las ganancias con las comunidades por utilizar estos bordados indígenas, o bien pagar una multa por haberse apropiado. También hay que revisar los límites entre la creatividad y el lucro, la producción para vender, etc., y creo que es un tema que amerita mucha discusión.
En redes sociales se ve mucho, hay una gran cantidad de emprendimientos con nombres mapuche, y también explotación de imágenes y símbolos que pertenecen a pueblos originarios.
El gran drama siempre, incluso si hablamos del multiculturalismo, es que todo es cooptado por una lógica de mercado, porque vivimos en un sistema que hace que estas cosas funcionen de esa manera. Cuando hablamos de las hiperidentidades, perdemos la discusión entre lo particular y lo universal, y eso tiene mucho que ver con ese imaginario neoliberal de los escaparates donde tienes identidad de productos.
En las luchas por las identidades tenemos que saber cómo compatibilizamos las cosas. Veamos el caso de la Ley Pascua. Se acusa a un hombre de Rapa Nui de violar a una mujer, y resulta que hay una ley de década del sesenta especial para Isla de Pascua que indica, en los artículos trece y catorce, que se pueden rebajar las penas a los hombres que cometen ese tipo de actos violentos en honor a una diferencia cultural. Entonces, están los derechos humanos de las mujeres, y están los derechos culturales, ¿cómo los haces compatibles? Es lo mismo que la discusión sobre el velo, donde se señala que hay que respetar el uso del velo porque es parte de la identidad. ¿Qué derecho tenemos a decirles a esas mujeres que se saquen el velo? Esa es una gran discusión que se ha dado en Europa, y acá en Chile, creo que a propósito de los artículos de la Ley Pascua, tenemos que discutirlo y tiene que ver con esto. ¿Hasta dónde las identidades chocan con los derechos universales? ¿cómo conciliamos? Ese es el gran equilibrio: cómo conciliar los derechos particulares con los derechos universales, pero siempre pensando en no caer en esa trampa del sistema, y que hace que con esa exacerbación de las identidades ni siquiera podamos conversar porque el otro es tan distinto que no sabemos cómo conectarnos. Entonces, ese es un debate que deberíamos tener si queremos avanzar.